Así está redactado el último de los casi desconocidos “cinco mandamientos de la Iglesia”, que se proponen como los marcadores personales del mínimo vital cristiano: oír misa los domingos, confesar una vez al año, comulgar por pascua, vivir la cuaresma y ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Porque, efectivamente, esa familia de la que forman parte todos los bautizados, aunque sus fines sean espirituales, tiene como toda asociación humana, necesidad de medios materiales. Le hacen falta personas y locales al servicio de su tarea que es la evangelización: dar a conocer el mensaje de Jesucristo, celebrar los sacramentos, vivir la comunión y ejercitar la caridad acogiendo a los más necesitados… Ninguna de estas tareas y propósitos puede lograrse sin la libre colaboración de las personas y sin los medios materiales adecuados, que sin ser excelentes tendrán que ser proporcionados a lo que cada comunidad precise.
Por eso en la historia de esta familia que es la Iglesia fueron apareciendo entre los fieles, y desde su inicio, inmemoriales modos y costumbres de contribuir a remediar las necesidades de la comunidad cristiana, tanto con los distintos modos de cooperación del voluntariado – en catequesis, liturgia, oración, asistencia benéfica y caritativa, actividades lúdicas…-, como también mediante la aportación de bienes para el cuidado y progreso de la comunidad, como ocurrió con los diezmos, las donaciones y herencias, así como con las limosnas y donativos que se siguen entregando a la parroquia con ocasión de los sacramentos o servicios que de ella se reciben: misas, bendiciones, bautizos, bodas, funerales, certificados… Que nunca serán el pago por el servicio, pues frecuentemente se trata de un bien espiritual de valor incalculable, sino que han de entenderse como una manifestación de gratitud y la ocasión y excusa para manifestar la responsabilidad de nuestra vinculación y pertenencia a la comunidad cristiana.
Con el ánimo de acrecentar la sensibilidad de todos los bautizados como miembros vivos y activos de esta familia que es la Iglesia, el papa y los obispos nos urgen desde hace ya algún tiempo a vivir desde las parroquias la llamada sinodalidad – del griego caminar juntos-, que es la invitación a repetir ahora la necesaria corresponsabilidad de todos -seglares, vida consagrada y pastores-, en orden a la nueva evangelización.
La celebración del Día de la Iglesia Diocesana el día 7 de noviembre, puede ser un momento excelente para acercarse a la parroquia y preguntar en qué podemos ser útiles con nuestra cooperación personal, según las cualidades y disponibilidad propias, y seguramente, también la ocasión propicia de suscribir nuestra cuota voluntaria personal fija, en orden a que el Consejo Parroquial pueda elaborar con mayor eficacia el presupuesto anual de las acciones pastorales posibles: obras, compras, catequesis, reuniones, acción caritativa, limpieza…
¡Que Dios os multiplique cuanto a Él le deis!
Mons. Alberto Cuevas Fdez.
Sacerdote y periodista
Artículo publicado en Atlántico Diario (5-11-2021)