16 de abril de 2024

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Santa Engracia
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Beato padre Manuel de Ribarteme

Beato padre Manuel de Ribarteme

Publicado en el periódico Atlántico Diario, el domingo 4 de septiembre de 2022

Como reclaman los habitantes de Asís, los de Aquino o los de Lima el orgullo de ser la cuna respectivamente de san Francisco, Santo Tomás o santa Rosa, a mí me apetece también reivindicar el orgullo de tener un santo “de casa” al que invocaré con el gentilicio “de Ribarteme”. A la historia no se le puede manipular ni retorcerla a nuestra conveniencia: las cosas son como han sido y no como interesadamente se nos cuenten. Por eso, sin deformarla, me alegra enormemente saber que el 21 de mayo desde 2007 se viene celebrando con gran solemnidad en Rio Grande do Sul en Brasil, la fiesta litúrgica de los patronos de la diócesis de Frederico Westphalen, que son los Beatos Manuel (de Ribarteme) y Adílio, su monaguillo. Porque fue efectivamente en aquel territorio brasileiro, tan lejano a nosotros y a la civilización, en donde nuestro paisano entonces misionero en aquellas tierras, recibió la corona del martirio tal y como lo proclama ahora universalmente el Martirologio Romano: “En Três Passos, Brasil, los beatos Manuel Gómez González, presbítero, y Adílio Daronch, joven acólito suyo, mártires”.

O sea que a uno de los nuestros – de aquí, de san José de Ribarteme en As Neves-, la Iglesia lo ha propuesto desde hace unos años como intercesor y merecedor de culto en aquellos territorios en los que es más conocido y por eso ahora el beato es allí venerado. Quizá incluso con el tiempo pudiera ser declarado santo en el calendario universal, recibiendo culto en la Iglesia entera como modelo heroico de vida cristiana.  Es verdad que para ello toca a sus conciudadanos de Ribarteme y a esta diócesis de Tui-Vigo, colaborar con la brasileira  de Frederico Westphalen en Rio Grande do Sul, que lo tiene como copatrono, difundiendo más ampliamente su devoción y su culto.

Sé sin embargo que ahora mismo son muy escasos entre nosotros, incluso en su parroquia natal, los que conocen el impactante ejemplo del Padre Manuel de Ribarteme. No ocurre así en el territorio en el que ahora es copatrono en donde sí que goza de gran veneración desde su martirio, mucho antes incluso de que Juan XXIII erigiera esa diócesis en 1962. Ellos son los que le han dado a conocer en el mundo y quienes siguen  promoviendo su devoción y canonización. Estos días un grupo de fieles de aquella diócesis brasileña están visitando la iglesia de Ribarteme donde se bautizó, el seminario de sus estudios, la catedral de Tui y las parroquias en donde ejerció su ministerio. Desean conocer mejor a quien ya admiran y se encomiendan, ¡como para no presumir ni enorgullecernos también nosotros en adelante de un paisano tan ejemplar! 

El Padre Manuel nació el 29 de mayo de 1877 en San José de Ribarteme (As Neves), hijo de una familia de labradores: José Gómez Rodríguez y Josefa Durán González.  Hizo los estudios eclesiásticos en el seminario de Tui y fue ordenado presbítero en su catedral en 1902. Estrenó el ministerio sacerdotal durante un breve período en esta diócesis, como coadjutor de la parroquia de As Neves, pasando más tarde a ser párroco en varias feligresías de Braga cercanas a Valdevez y Monçao. A causa de la persecución religiosa tuvo que buscar refugio en Brasil. Destinado a varias parroquias, sería luego párroco de Nonoai, donde “con tenacidad y gran celo apostólico logró vencer la indiferencia de mucha gente…llevando a cabo una labor pastoral tan intensa que en ocho años cambió el rostro de la parroquia, cuidando también de los indios”. Así promovió y organizó la catequesis; impulsó la participación en los sacramentos y, a la vez, contribuyó a mejorar la calidad humana en la vida de los fieles. El Padre Manuel recorría a lo largo y a lo ancho el territorio de su inmensa parroquia, fundando pequeñas comunidades en las que procuraba al unísono la promoción humana y la tarea evangelizadora.  Dado que no había escuelas en aquellos lugares, abrió una en su propia casa y en ella enseñaba gratuitamente a niños y adolescentes. “Además, como había gran carestía de todo, construyó un horno para la fabricación de ladrillos; así pudo edificar la casa parroquial y varias viviendas para la población, que destinó a los más pobres…. Restauró la iglesia y se esforzó por fomentar el cultivo de arroz y patatas”. Con esas frases sintetizan su testimonio quienes le conocieron, que añaden: “el Padre Manuel fue un sacerdote alegre y caritativo”; “ todo un sacerdote según el corazón de Cristo”. 

La revolución de 1923 por las nuevas disputas entre maragatos y chamangos, llegó con mucha violencia y derramamiento de sangre a la zona de Río Grande do Sul. Ante una población dividida y con miedo, la comunidad cristiana encontró consuelo en su pastor que no se arredró y en sus homilías invitaba constantemente a todos al respeto y a la comprensión. Narró muy certeramente su martirio el Cardenal José Saraiva Martins, en la homilía de la misa de beatificación del Padre Manuel Gómez González y su monaguillo Adilio Daronch, el 21 de octubre de 2007 en Frederico Westphalen: “Un día, el obispo de Santa María, pidió al sacerdote español que fuera a visitar a un grupo de colonos brasileños de origen alemán instalados en la floresta de Três Passos. El padre Manuel emprendió el viaje, acompañado del joven Adílio, sin preocuparse de los peligros de una región sacudida por movimientos revolucionarios. En un primer momento se detuvo en Palmeiras… y no dejó de exhortar a los revolucionarios locales al deber de la paz, al menos en nombre de la fe cristiana. Sin embargo, a los más extremistas no les agradó la intervención del sacerdote, y tampoco el hecho de que dio sepultura con piedad cristiana a las víctimas de las bandas locales. Prosiguieron después su viaje (…) y el 20 de mayo de 1924, el padre Manuel celebró por última vez la santa misa. Los fieles indígenas avisaron al sacerdote del peligro que correría si penetraba en la floresta… Al llegar a un emporio, en busca de informaciones sobre cómo llegar a los colonos de Três Passos, se encontraron con algunos militares que, amablemente, se ofrecieron para acompañarlos. En verdad, se trataba de una emboscada organizada premeditadamente. El padre Manuel (47 años) y su fiel monaguillo Adílio (16 años) fueron llevados a una zona remota de la floresta, donde los esperaban los jefes militares. En un altozano, los dos compañeros de martirio fueron atados a dos árboles y fusilados, muriendo así por odio a la fe cristiana y a la Iglesia católica. Era el 21 de mayo de 1924.”

¡Gracias a los devotos brasileiros del Padre Manuel de Ribarteme por venir a descubrirnos y poner en valor la heroicidad desconocida de nuestro paisano! 

Mons. Alberto Cuevas Fernández

Sacerdote y periodista

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