Procesión del Cristo de la Victoria de Vigo
4 de agosto de 2024
Esta mañana, en la eucaristía en nuestra concatedral-basílica, recordábamos la antífona que se canta en la Semana Santa: «Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo».
Hemos acompañado la imagen del Santísimo Cristo de la Victoria, hemos mirado y contemplado la cruz donde estuvo la salvación. Proclamamos, una vez más, que en Él está nuestra esperanza.
Hace más de 2000 años que los cristianos anunciamos a este Cristo como nuestra esperanza, y lo hemos hecho en distintos períodos, muy distintos y con problemática diversa; a veces en medio de situaciones convulsas, sabiendo que no siempre es fácil mantenernos en esa esperanza. El papa Francisco nos recuerda, ante el Jubileo que celebraremos el próximo año en toda la Iglesia, que somos «peregrinos de esperanza» y que en este mundo no nos podemos dejar robar la esperanza. ¡Cuántas veces nos dejamos llevar por las dificultades, los problemas! ¡Cuántas decimos «qué será de mí, cuál es la meta del viaje de nuestra vida, cuál el destino del mundo»! Sin esperanza, todo corre el riesgo de desmoronarse y de acabar en cenizas. Nuestra esperanza, nos dice el papa, no emana de nosotros, es un don que viene directo de Dios.
Realmente, ¿podemos mantener la esperanza en una sociedad tan polarizada, tensa, crispada? ¿Hay razones para creer y mantenernos en la esperanza? ¿No será una ingenuidad seguir afirmando esto? Nosotros decimos estar tarde, una vez más, que sí hay esperanza. ¡Sí, hay esperanza! El Dios que se manifiesta en Jesús es misericordia, es más grande que nuestras dificultades y faltas: Él lo perdona todo, perdona siempre; acoge a todos, acoge siempre. Por eso decimos con el apóstol Pablo: vivimos alegres en la esperanza. Somos amados, aceptados, queridos por el Dios de la vida. ¡Sí hay esperanza!
En este día, Santísimo Cristo de la victoria, te pedimos que no perdamos nunca esa esperanza. Que nunca falte una mano amiga que nos ayude en las dificultades; un hombro cercano en el que llorar y descansar en los problemas; una caricia en el rostro del mayor que se apaga; la sonrisa en los niños que se abren a la vida; la ilusión en la mirada limpia de los jóvenes; la cercanía y confianza de los amigos; el entusiasmo de tantas parejas que llevan adelante un proyecto de vida en común; la entrega y el servicio de cuantos hacen algo por los demás de manera generosa… Que esta esperanza nos anime a comprometernos con el respeto y cuidado de la Creación, nuestra Casa común; con los más desfavorecidos y vulnerables; con aquellos que pasan por momentos difíciles; que siempre pongamos a la persona como centro de nuestro ser y quehacer; que busquemos todos el bien común y que nunca nos cansemos de luchar por una mayor fraternidad y una paz duradera.
Señor de la Victoria, hace unos días, iniciaba mi ministerio pastoral en esta Iglesia diocesana invitando a soñar. Hoy ante ti, renuevo esta invitación y compromiso: queremos soñar, no queremos dejar de hacerlo; queremos seguir creyendo que, contigo, lo imposible se hace realidad y que Tú, Santísimo Cristo de la Victoria, con tu muerte y resurrección, «haces nuevas todas las cosas». Bendícenos, Señor, con la esperanza. Bendice a nuestra ciudad, a cada persona e institución, y haz que seamos el rostro amable de tu amor con cada hermano. Así, seremos hombres y mujeres de esperanza. Amén.
+ Mons. Antonio Valín Valdés
Obispo de Tui-Vigo