29 de marzo de 2024

,

San Eustasio
29 de marzo de 2024

,

San Eustasio

Catequesis impartida en la Peregrinación Europea de Jóvenes

Catequesis impartida en la Peregrinación Europea de Jóvenes

Gracias por haber venido. Porque vuestra venida a Santiago es una esperanza. Puede ser un cambio muy importante para todos.

Santiago es un lugar, como habéis visto, maravilloso; es un espacio también de la Iglesia. Aquí también llevamos peregrinando como Iglesia durante muchos años. A Santiago han venido muchas personas en la historia; han venido muchos jóvenes que han rejuvenecido la Iglesia.

Yo me acuerdo todavía de un momento maravilloso para la historia de la Iglesia, el año 1989, que fue la IV Jornada Mundial de la Juventud, que se celebró aquí en Santiago, en el Monte del Gozo, presidida por san Juan Pablo Segundo. Fue un momento maravilloso en el que tantos jóvenes que vinieron de Europa, de España, volvieron a su tierra, volvieron a sus diócesis, con un impulso nuevo, muy importante para la Iglesia en aquellos momentos del siglo XX.

Pero Europa caminó a Santiago durante siglos. Europa nace en el Camino de Santiago. Por lo tanto, Santiago es el referente de muchos peregrinos hoy. Los que estamos aquí sabemos que esto es una ruta maravillosa, no solamente de Europa, sino de todo el mundo: de Asia, de Brasil, de Estados Unidos. Hoy mucha gente pone su vida en camino hacia Santiago. ¿Qué tiene Santiago? ¿Por qué atrae tanto Santiago? ¿Por qué el Camino de Santiago supone para mucha gente un cambio en su vida? Esa pregunta la estáis respondiendo vosotros ahora. Estáis viviendo en vuestra vida lo que significa caminar a Santiago: es un camino interior y también un camino abierto a los demás. Es un camino que transforma la vida, porque vamos al encuentro de Jesús. Venimos a la tumba del apóstol Santiago, porque Santiago fue el que nos enseñó aquí en esta tierra el camino de Jesús. Y hoy nos sigue indicando ese camino, porque cuando uno llega a la tumba de Santiago, uno está en el camino de Jesús. Muchos peregrinos hoy siguen buscando a Santiago. También vosotros venís buscando a Santiago. Y vosotros estáis hoy en Santiago buscando al Señor.

Ojalá que estos días sean un momento de grandes encuentros para vosotros. Encuentros con otras personas que, sin duda, pueden marcar vuestra vida: amigos, confidentes, padres espirituales. Encontraros con vosotros mismos, esto es lo más importante; y si os encontráis con vosotros mismos, tened por seguro que os encontraréis con Jesús, que os encontrareis con Dios. Por tanto, encuentros como este llegan al corazón y transforman la vida, contagian la alegría del Evangelio.

En estos días nos damos cuenta de que el mundo puede ser un poco mejor, debe ser mejor. Venís de muchas parroquias, venís de luchar mucho en vuestros lugares de origen, luchar por mantener vuestra fe. Y llegáis aquí con deseos maravillosos, con ganas de cambiar vuestra vida y el mundo. Vamos a vivir unos días de profunda experiencia de fe y de Iglesia. Esto que vivís aquí os hará llevar a vuestras casas un mensaje nuevo.

Cuando lleguéis a vuestras parroquias, a vuestras diócesis, algo nuevo habrá pasado en vuestra vida y deberéis ser testigos de ello. Mirad, el Papa Francisco nos lo repite una y otra vez, la Iglesia hoy necesita urgentemente renovarse. Y la Iglesia cuenta con vosotros para esta misión porque sois su gran riqueza para la renovación. Hay un refrán que dice: «renovarse o morir». Toda la vida necesita renovarse: la familia, la empresa, la universidad, la Iglesia. La vida es una permanente renovación. El mundo está siempre en movimiento. Tú tienes ahora 20 años, pero otros que tenían 20 años hace poco ya tienen 40. La vida cambia, la vida pasa y todo supone una renovación. Y en este momento la Iglesia necesita renovar: renovar estructuras, renovar caminos, renovar métodos, pero, sobre todo, renovar nuestro corazón.

Tenemos que renovar, limpiar, nuestro corazón. Tenemos que poner nuestro corazón ágil para poder meterle marchas fuertes, entrenarnos. Mira, la Iglesia y la historia están llenas de momentos especiales. Este es un momento crucial. Hemos pasado la pandemia, hemos vivido momentos de bajura y necesitamos reaccionar. ¿Y cómo reaccionó Jesús? ¿Cómo reaccionó la Iglesia en los momentos cruciales? ¿Retrocediendo? ¿Pasándole el problema a otros? ¿No tomando ninguna decisión? Jesús y la Iglesia afrontaron los problemas. La Iglesia tomó determinaciones decisivas en momentos críticos, difíciles, complicados. En la Iglesia, hubo siempre personas grandes, generosas, santas, que dieron un paso hacia adelante.

Jesucristo, nuestro Señor, cuando se encontró con dificultades, siguió adelante. Era muy fácil burlar la cruz. Siguió adelante. Era muy fácil mirar para otro lado cuando se encontraba a los pobres y a los enfermos. Miró hacia ellos.

La Iglesia ha vivido momentos muy difíciles. Hay uno en el comienzo de la Iglesia, que es el Concilio de Jerusalén, en el cual los primeros cristianos tuvieron fuertes enfrentamientos. Vivieron una división tremenda unos contra otros, puntos diferentes, maneras diferentes de entender la vida y la fe, pero Pedro, Pablo y Santiago encontraron la luz del Espíritu Santo para impulsar la Iglesia hacia adelante. El Espíritu Santo los iluminó y fueron capaces de encontrar esa luz para seguir adelante. Desde entonces, y desde siempre, la Iglesia continúa siguiendo los caminos del Espíritu, por eso está aquí. ¿Por qué la Iglesia no sucumbe? Porque lleva siempre dentro el Espíritu y camina por los caminos del Espíritu, que no la abandona. Y nosotros estamos seguros de nuestro camino porque confiamos en el Espíritu Santo.

Hoy también, queridos jóvenes, necesitamos escuchar la inspiración del Espíritu Santo. Necesitamos encontrar la luz del Espíritu Santo. Por eso yo os pido, os ruego, os suplico, abriros al Espíritu Santo en estos días; él es la luz que hay que buscar. No tengáis miedo. San Juan Pablo II, al comienzo de su pontificado, dijo: «No tengáis miedo, abrid los corazones a Cristo, no tengáis miedo».  A veces tenemos miedo de que Dios se adueñe de nosotros, de perder la libertad, de no poder. Quien te da la verdad, la libertad, es Dios. Dios te da la verdadera libertad. Deja que Dios entre en tu vida. No tengas miedo. Vas a ser feliz, muy feliz y lo vas a comprobar independientemente de cómo te sientas.

Ahora mismo en la Iglesia estamos viviendo un sínodo muy importante, que lo conocéis porque en vuestras parroquias y en vuestras diócesis os hablan de esto. Un sínodo convocado por el Papa Francisco, porque se da cuenta de que en este momento necesitamos algo muy especial. Nos dice el Papa Francisco que tenemos que caminar juntos en la escucha del Espíritu Santo, que atendamos al Espíritu Santo. Es muy importante que todos —obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes…—, en este momento, escuchemos la voz del Espíritu Santo, porque la Iglesia sin el Espíritu Santo es un puro activismo. Nuestra fe, si no cuenta con la inspiración de Dios, se convierte en un puro activismo humano.

Hacemos muchas cosas, nos empeñamos en esto o lo otro, queremos convencer, pero si uno no lleva dentro el Espíritu de Dios, si no lleva dentro al Señor, no vale para nada. Por eso necesitamos ver: ¿qué te dice a ti, qué me dice a mí, hoy el Espíritu Santo?

Es muy importante que, en estos días aquí en Santiago, escuchéis al Espíritu Santo para que os revele el Corazón de Jesús. Él os descubrirá las entrañas de misericordia del Padre. Dejaos conducir por Él. Yo voy a mostraros un camino para que estos días podáis encontraros con el Espíritu Santo. La oración por excelencia al Espíritu Santo es el himno que en latín se dice Veni, Sancte Spiritus. Es un himno que cantamos en la fiesta de Pentecostés y que tiene la ilustración maravillosa de aquel cuadro del Greco en el que unas llamas de fuego descendieron sobre las cabezas de los apóstoles. Ese himno lo tenéis en vuestro móvil. Os invito a rezar muchas veces en estos días, en vuestros momentos de oración más íntimos ante el Santísimo:

Ven Espíritu Divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre,

don en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

 

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

 

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre

si Tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado

cuando no envías tu aliento.

 

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde

calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

 

Reparte tus Siete Dones

según la fe de tus siervos.

Por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno. Amén.

Llevadlo siempre en vuestro lugar favorito porque es muy importante que os sintáis íntimamente unidos al Espíritu en la oración. En estos días, es muy importante que recéis esta oración, que os sintáis protegidos por el Espíritu, que os sintáis iluminados, que sintáis que estáis en el camino auténtico de la vida.

Os dais cuenta de que el Espíritu Santo os invita a salir de vosotros mismos. Es la primera llamada de la vida a salir de nosotros mismos. La primera riqueza de la persona humana es: salir al encuentro del otro. El otro es una gran riqueza. Uno que está cerrado en sí mismo es más pobre. Pero nos cuesta salir. La gran tentación es quedarte en ti, en tu edificio defendido; quedarte en tu fortificación. Hay que salir. Hay que romper los individualismos, los inmovilismos, los aislamientos, que son los que crean tantas cosas injustas.

La vida es moverse. Los quietos se mueren. Y, sobre todo, hay que liberarse de los retraimientos, es decir, hay que lanzarse. Mirad, y es una escena que también a mí me gustaría que la meditaseis: la escena de Pentecostés. Contemplad esa escena en esta oración: cuando aquellos apóstoles estaban metidos en el Cenáculo, encerrados y de repente vino el Espíritu Santo en forma de un gran ruido, los echó fuera y comenzaron a hablar lenguas distintas; comenzaron a entender a todos, a comunicarse con todos. Los apóstoles estaban paralizados, tenían miedo, se encerraron en el cenáculo. Aquello amenazaba con una desbandada total. Parecía que no había salida; tenían miedo porque habían crucificado a su maestro. Pero fijaos, en Pentecostés irrumpió el Espíritu y lo cambió todo.

La Iglesia, queridos jóvenes, nace con el impulso imparable del Espíritu. El Espíritu le concedió a los Apóstoles el don de las lenguas, el poder de comunicar sin límites la fuerza del anuncio impulsor de la Iglesia. Hoy necesitamos anunciar el Evangelio; por ello necesitamos tener la capacidad para comunicarlo, para dominar el lenguaje del anuncio. Por tanto, debemos aprender la lengua del Espíritu.

En este tiempo es muy importante saber lenguas. Todos tenéis experiencia de aprender una lengua. Si vais a YouTube, os encontráis con mil métodos para aprender idiomas. Y te dicen, te dan consejos de cómo tienes que hacer, de cómo tienes que avanzar, de cómo en poco tiempo puedes dominar un idioma; te dicen mil cosas… pero fundamentalmente te dicen que para aprender hay que perder el miedo, lanzarse, vencer el ridículo. Hay que asumir riesgos y no esperar ser perfectos. Quienes quieren manejar una lengua perfectamente desde el comienzo son tan perfeccionistas que no avanzan. Para aprender la lengua del Espíritu hay también que lanzarse, hay que perder los miedos, hay que romper barreras. Hay que perder el miedo al ridículo.

Sé tú mismo y no te olvides aquello que decía el gran poeta Antonio Machado: «caminante no hay camino, se hace camino al andar». Seréis vosotros, queridos jóvenes, los que vayáis abriendo caminos en la vida. Hay que abrir caminos en tu tierra, en tu parroquia, en tu diócesis. Hay problemas, hay que abrir caminos nuevos, sobre todo en este tiempo en que estamos. La gran tentación es lamentarse, quedarse en la pura crítica, no afrontar los problemas.

Los musulmanes tienen en su vida una obligación que es peregrinar una vez a la Meca. Todo musulmán, viva donde viva, esté donde esté, tiene la obligación de una vez en su vida ir a La Meca. Ahora se puede ir en avión, se puede ir en muchos medios de comunicación, pero en otros tiempos había que ir andando. Cuenta una fábula que dos musulmanes se pusieron de camino a la Meca. Salieron los dos. Uno se fue, llegó y, cuando volvía, encontró al otro en mitad del camino hacia la meca. Le preguntó: «¿cómo estás tú aquí? Yo ya vengo de vuelta». El otro [que no había llegado a la meca] le responde: «es que había tantos perros en el camino…». Como atiendas a los perros, nunca llegarás al final del camino. Hay mucha gente que está preocupada únicamente por los perros del camino, que ha perdido la ilusión. Hoy, queridos jóvenes, os invito a que dejéis a un lado los perros que ladran para que os pongáis en camino y en manos del Espíritu.

¡Qué Santiago sea el comienzo de un nuevo camino en tu vida! ¿Y qué camino?

Hay una imagen que me gusta mucho a mí, que la encontraréis en los ejercicios de San Ignacio de Loyola —que vivió en el siglo XVI y por lo tanto habla el lenguaje antiguo de los reyes—, al comienzo de la segunda semana. En esa meditación, San Ignacio propone el ejemplo de un rey terrenal: imaginaos estar en una colina hermosa, bonita, en un monte pequeño, como los que habéis cruzado estos días; en el centro, un gran señor, un gran rey, muy bueno, lleno de virtud, que invita a la gente a crear un mundo nuevo, a luchar contra las injusticias, a romper las barreras del mal. Así, va llamando a las personas para que se junten a ese proyecto, creando una gran meta, una gran esperanza para el mundo. Si trasladamos esto al rey eternal, hablamos de un Dios que reúne a los buenos, que nos llama y nos invita a destruir las injusticias, a regenerar sueños, a crear un mundo nuevo: «¿queréis venir conmigo?», pregunta ese Rey.

El Señor nos hace en estos días esta pregunta: «¿queréis venir conmigo para construir ese mundo maravilloso?». San Ignacio dice que todos los buenos querrán. El Rey eternal os llama a ello estos días, queridos jóvenes. Vais a sentir en vuestra vida mucha alegría, mucho gozo, pero también sentiréis algún miedo; sentiréis que «hay que pensarlo mejor, hay que darle tiempo».

Estos días el Señor te dice: «¿quieres venir conmigo en esa gran empresa que tengo, quieres enrolarte conmigo en este gran proyecto de hacer y construir un mundo nuevo?» ¡Qué el Espíritu Santo os ilumine, os ayude, para sentir su calor y su luz en vuestra vida!

 

+ Luis Quinteiro Fiuza

Obispo de Tui-Vigo

 

Transcripción realizada a partir de la grabación publicada en el canal de YouTube de la diócesis de San Sebastián: https://www.youtube.com/watch?v=oq9Hxdwn6Gs