Día de la Iglesia Diocesana
La celebración en nuestra diócesis del Día de la Iglesia Diocesana pone ante todos nosotros la extraordinaria realidad de nuestras comunidades de fieles creyentes. Es tanta su riqueza que difícilmente tendremos la medida adecuada para valorar el inmenso valor que esas comunidades suponen para la vida de todos.
En nuestra diócesis somos herederos de una ininterrumpida historia milenaria de vida cristiana que ha dado sentido a la realidad de nuestras parroquias a lo largo de tanto tiempo. Esa historia está llena de personas y de familias que han dado lo mejor de sí mismas para construir realidades eclesiales que permanecen con el paso de los siglos. Ahí están nuestras catedrales e iglesias, cuyos constructores han sido nuestros canteros y artesanos, ahí está la vida de nuestras parroquias en las que se inscribieron con letras de oro tantas vidas ejemplares. Pero esa historia grande no se ha interrumpido, no se ha agotado, continúa con nosotros hoy.
También en nuestros días la realidad eclesial de nuestra diócesis es extraordinaria. Muchos pueden pensar que estoy exagerando, pero os invito a que recorráis con vuestra memoria la vida de las parroquias que conocéis. Normalmente os encontraréis con unas iglesias valiosas, adecuadamente renovadas, casi siempre con un cuidado interior admirable. En esas iglesias hay vida, sobre todo en determinados días y fechas del año, se celebran la eucaristía y los demás sacramentos y en torno a ellas nuestros catequistas realizan la gran misión de la evangelización.
La más extraordinaria riqueza de nuestra diócesis es la vida y el testimonio de nuestros fieles cristianos. Esa riqueza no hay quien la pueda contar ni quien la pueda negar. Es el mayor tesoro que tenemos. A mí lo que más me impresiona de nuestra diócesis es la multitud de personas de fe con que me voy encontrando. Por todas partes, donde menos lo esperas, aparece alguien que te sorprende por su bondad y que te cautiva por la frescura de su fe.
Esas personas buenas y llenas de fe son la que sostienen la Iglesia. Puede que esas personas no tengan muchos bienes de este mundo, pero nos sostienen con sus manos pobres y con su credibilidad. El salmista dice que nunca vio a un justo abandonado y sin pan y esa confianza nunca debería abandonarnos.
En este día llamamos a vuestras puertas para que nos ayudéis a sostener la vida de la Iglesia. Lo hacemos con la humildad del que os necesita y con la gratitud del que siempre os tuvo cerca.