Queridos hermanos:
Nos hemos reunido esta tarde en nuestra santa iglesia Catedral para celebrar la ordenación presbiteral de dos diáconos de nuestra Diócesis, Ramiro y José Emilio, a quienes el Señor ha llamado y que han sido acompañados por los formadores de nuestro Seminario y por tantas otras personas del Pueblo santo de Dios. Ellos acaban de ser presentaos al obispo para que los ordene sacerdotes, después de un proceso de discernimiento en el que hemos participado muchos miembros de la comunidad diocesana. La Iglesia, en la persona del obispo, los ha acogido para ser ordenados presbíteros en esta solemne celebración en la que estamos participando en representación de toda la Iglesia.
La ordenación sacerdotal es uno de los siete sacramentos de la Iglesia de Dios. En el sacramento del orden los hombres bautizados son ordenados para servir a la Iglesia y a través de ella a todos los hombres, en los diferentes órdenes del diaconado, del presbiterado y del episcopado. Hoy estos hermanos que ya son diáconos van a ser ordenados presbíteros. A través del sacramento del orden, la Iglesia Católica continúa la misión que Jesucristo dio por primera vez a los apóstoles. Los ordenados en el sacramento del orden reciben la gracia necesaria para llevar a cabo su ministerio y quedan impresos con un carácter sacramental indeleble.
Nuestra Iglesia diocesana recibe con inmenso gozo la ordenación sacerdotal de Ramiro y José Emilio y damos gracias al Señor por el maravilloso don de sus vidas consagradas al servicio del pueblo santo de Dios.
Desde los comienzos de su historia, la Iglesia ha cuido siempre con el mayor esmero el ministerio consagrado que siempre ha de estar al servicio del Pueblo de Dios. En nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II ha sido profundamente consciente del máximo cuidado que la Iglesia ha de prestar a la atención del ministerio sagrado. En el comienzo mismo del Decreto dedicado a los presbíteros Presbiterarum ordinis dice: “como al orden de los presbíteros se le asignan obligaciones de máxima importancia, y cada día por cierto más difíciles, ha parecido cosa muy útil tratar más despacio y más a fondo de los presbíteros”. En consonancia con esta afirmación dedica el primer capítulo de este documento a tratar de la naturaleza del presbiterado y a la condición de los presbíteros en el mundo. Respecto de la naturaleza del presbiterado dice el Concilio que “el ministerio de los presbíteros, por estar unido con el Orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y gobierna su cuerpo. Por la unción del Espíritu Santo, el presbítero en la ordenación queda sellado con un carácter particular, quedando así configurado con Cristo sacerdote, de suerte que puede obrar como en persona de Cristo cabeza” (P.O.,2). Igualmente, importante es lo que dice el Concilio sobre la condición de los presbíteros en el mundo. Después de afirmar de modo general que los presbíteros están llamados, a imitación del Señor Jesús, a vivir compartiendo la vida con todos los hombres, es decir, conviviendo, como hermanos, con todos, dice el Concilio : Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y ordenación, son en realidad segregados, en cierto modo, en el seno del Pueblo de Dios; pero, añade, no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de a terrena, ni tampoco servir a los hombres si permaneciesen ajenos a la vida y a las condiciones de los mismos” (P.O. 3). Y en este contexto habla el Concilio Vaticano de la decisiva importancia de las virtudes humanas en la vida del presbítero: bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza del alma y la constancia, el continuo afán de la justicia, la urbanidad y otras muchas tan necesarias en la vida.
El Concilio Vaticano II se ocupó ampliamente de la vida de los presbíteros y en continuación y en referencia de todo lo que se ha tratado allí, la Iglesia de estos años pasados ha ido acompañando muy de cerca la vida y las cambiantes condiciones de la vida de los sacerdotes. El magisterio de los últimos Papas es muy rico en la cercanía e iluminación de la vida de los sacerdotes.
En los últimos 10 años nuestra Diócesis ha recibido, con los que hoy se ordenarán, el regalo de 20 sacerdotes ordenados para el servicio diocesano. Uno de ellos, Alberto, ya ha partido hacia la casa del Padre con el gozo, mil veces repetido, de haber podido experimentar la infinita misericordia de Dios en su vida sacerdotal.
Más allá de detenernos en consideraciones si son pocos o muchos, la realidad es que son 19 vidas consagradas al Señor en un tiempo en el que los condicionantes humanos para ser sacerdotes son bastante negativos. ¿Qué profundos designios de Dios han hecho nacer estas vocaciones? ¿Ha sabido o ha podido esta Iglesia diocesana acompañarlos adecuadamente en su necesario camino de discernimiento vocacional? ¿Qué procesos de maduración han experimentado estos nuevos sacerdotes en su vida humana y espiritual ¿Estas y otras muchas preguntas cabrían plantearse sin tener mucha certeza de poder ponernos de acuerdo en la respuesta?
En vez de hacernos preguntas, el Papa Francisco y la Iglesia nos proponen una tarea: acompañar a nuestros sacerdotes jóvenes y a todos nuestros sacerdotes. Ramiro y José Emilio, que se ordenan hoy, mañana necesitan ser acompañados y necesitarán ser acompañados hasta el final de sus vidas. Hoy ellos prometerán ante el Obispo que los ordena y ante esta asamblea que es su firme voluntad el abrirse a ser acompañados. Porque para ser acompañados, hay que dejarse acompañar. Es más, hay que buscar la compañía de los que el Señor nos pone para que nos acompañen. Esto quiere decir que no habrá comunión eclesial sin una apertura a la búsqueda de los caminos de Dios de los que el sacerdote es principal responsable en su ministerio.
En el mes de diciembre de 2016 la Congragación para el Clero de la Santa Sede, con la aprobación del Papa Francisco, ha aprobado y publicado la Ratio fundamental de la institución sacerdotal y que la Conferencia Episcopal Española ha hecho suya después de importantes trabajos de la Asamblea Plenaria y que también aprobó y publicó en año 2020 con el título de Formar pastores misioneros. Plan de formación sacerdotal. Ambos son documentos muy importantes para vida de nuestros sacerdotes y de nuestro presbiterio y por tanto de vital importancia para nuestra Diócesis. Entre otras causas, la pandemia ha retardado la consideración programática de la aplicación concreta a nuestra Diócesis de lo que nos pide la Iglesia.
Nuestros sacerdotes, jóvenes y menos jóvenes, necesitan ser acompañados como quiere la Iglesia. Hay mucho que trabajar juntos en este reto excepcional. La Iglesia nos advierte en este documento de la Ratio fundamental de la institución sacerdotal que la formación sacerdotal es un proceso unitario e integral, que se inicia en el Seminario y continúa a lo largo de toda la vida sacerdotal. La formación sacerdotal exige la máxima atención y cuidado en cada paso. Pero, nos anticipa la Ratio, que, aunque una gran parte de la eficacia formativa depende de la personalidad madura y recia de los formadores, habrá que tener presente siempre que el seminarista en un primer momento y el sacerdote después son los protagonistas necesarios e insustituibles de su formación.
Pedimos al Señor que derrama abundantemente sus dones sobre estos dos hermanos nuestros que van a ser ordenados presbíteros para que sean pastores fieles y solícitos del Pueblo de Dios. Que el Espíritu Santo los haga dóciles a aquellos que el Señor pone en su camino para que los acompañen y que ellos mismos sean solícitos para acompañar a aquellos hermanos sacerdotes y laicos con los que convivirán cada día en su ministerio.
Pedimos hoy especialmente por nuestros seminarios a quienes nuestra Diócesis tiene encomendada la delicada misión de suscitar y acompañar las vocaciones al sacerdocio.
Encomendamos también las vocaciones a la vida consagrada y religiosa en toda Iglesia.
Seguimos orando juntos como asamblea que agradece el gozo inmenso de la vocación de Ramiro y José Emilio. Que Santa María, patrona de nuestra Diócesis los acompañe y bendiga siempre. Amen
+ Luis Quinteiro Fiuza.
Obispo de Tui-Vigo.