Testigos del gozo del Evangelio (I)
“La palabra testimonio -y la a ser testigos- ha sido empleada muchas veces en esta carta pastoral. El testimonio es la unión, la coherencia, entre la fe y la vida. Creer es a la vez testimoniar lo que se cree. La fe personal de cada uno de nosotros se encendió en contacto con la fe de los otros:
“Una enseñanza puramente doctrinal es incapaz de despertar la fe en quien la recibe; pero puede conseguirlo una doctrina en la cual cree el maestro mismo. Solo puede suscitar la fe, la verdad amada y vivida. Es la fe de tu madre o bien de algún maestro, de algún amigo o de alguien de tu ambiente, la que despertó la tuya. Con aquellos en cuya fe has vivido surge tu propia fe, al principio sin saberlo, y va afirmándose, hasta que, finalmente, adquiere la fuerza necesaria para marchar por sí misma. Como un cirio se enciende con la llama de otro, así la fe se enciende al contacto de la fe”.
Como indicaba Benedicto XVI:
[Al creer], “lo que hacemos no es tanto aceptar la verdad en un acto puramente intelectual, sino abrazarla en una dinámica espiritual que penetra hasta la esencia de nuestro ser. Verdad que se transmite no solo por la enseñanza formal, por importante que esta sea, sino también por el testimonio de una vida integra, fiel y santa”.
El origen de la fe y la vivencia de la misma están ligados al testimonio. También lo está la renovación de la Iglesia, su conversión pastoral, que alcanza una dimensión concreta en la vida de los cristianos: “con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó”.
El amor de Cristo mueve a la conversión y a la vida nueva de los bautizados. La fe es inseparable de esta transformación completa del hombre, que cambia toda la existencia. Por otra parte, el amor de Cristo está en el origen de la evangelización.
Vivir la fe, ser auténticos testigos, implica asumir la responsabilidad social de dar cuenta del contenido y de las razones de la fe: “lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y en el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, esa que no tiene fin”.
(Carta pastoral, Bienaventurados los misericordiosos, pp. 65-66)
+ Luis Quinteiro Fiuza