Ordenación episcopal y toma de posesión del obispo de Tui-Vigo
20 de julio de 2024 en la catedral de Tui
Queridos hermanas y hermanos:
Desde que el papa Francisco me hizo llegar la propuesta de ser obispo de esta diócesis, a través del Sr. Nuncio en España, en mi corazón hay muchos sentimientos bien encontrados. No es fácil compaginar la aventura que supone una nueva llamada, la responsabilidad de la respuesta en este momento que nos toca vivir y los sentimientos del propio corazón. Fueron días complejos, pero llenos del reto que supone entregar la vida por la causa del Evangelio.
Dice el apóstol Pablo: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales. Él nos eligió en Cristo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos destinó por medio de Cristo a ser sus hijos. Estas palabras recogen mis sentimientos. Bendigo en todo momento al Señor. Todo es don de Dios, todo nos es dado por Él a través de su Hijo en el Espíritu; nada se escapa a ese Dios que nos hace hijos y que de una manera generosa derrocha sobre nosotros su amor.
Ese Dios cercano y cariñoso es quien, en el ahora de mi vida, me llama a este ministerio de comunión y me pide que me expropie totalmente para irme encarnando en esta Iglesia de Tui-Vigo. Vivo con ilusión este nuevo envío en mi vida, sabiendo que lo voy a vivir con vosotros día a día, intentando construir el reino de Dios de una manera sinodal, juntos, ayudándonos mutuamente. No sé qué esperáis de mí; como Pedro sólo os puedo decir: «no tengo plata ni oro, pero os doy lo que tengo: el nombre de Jesucristo nazareno». Eso sí que lo puedo compartir, eso sí que es una convicción y certeza; eso sí que nos anima a todos a salir de nuestro estar al lado del camino y levantarnos con la fuerza que viene de él. En este momento, se nos invita de nuevo a alzarnos, salir y caminar, rompiendo con tantos cansancios, monotonías, rutinas y sentimientos que nos aplastan y no nos dejan crecer ni mirar el futuro con ilusión. Se nos invita a recuperar la alegría de quien se siente amado, tal y como es; a recuperar la esperanza en medio de un mundo tan fluctuante e inseguro; a sentirnos enviados, siendo discípulos que caminan con ilusión en esta realidad sabiendo que tenemos un por qué vivir en el día a día y Alguien que nos llama a hacerlo realidad. Se nos invita a tener una nueva mirada sobre cada uno de nosotros, sobre la Iglesia y el mundo; la mirada que tuvo y tiene nuestro Maestro, que va siempre más allá porque ve con el corazón, como nos recordaba el Principito.
Os comentaba en el saludo que envié cuando se hizo público mi nombramiento, que este es el momento de soñar —no podemos dejar de soñar—, pero hacerlo como nos enseñó nuestro Maestro: poniendo los pies en la tierra, en la realidad que cada día viven nuestros hermanos, y que en muchos casos es una realidad difícil y necesitada de una palabra de ánimo y de muchos hechos que consolide ese ánimo, y el corazón en el cielo, en el corazón del Padre, corazón lleno de amor que se entrega. Así, nos veremos como criaturas nuevas, llamadas a llevar adelante el plan de Dios; veremos el mundo como la Casa común creada, amada y salvada por Dios en Cristo; veremos a la Iglesia como el hogar donde cada uno se sienta acogido y valorado, viviendo en espíritu de familia y sabiendo que todos y todas tienen un lugar y somos llamados —en familia— a sentirnos hijos. Esa nueva manera de mirar con el corazón nos lleva a la urgencia del amor de Dios: a nosotros nos toca, en este hoy y en este ahora, proclamar con palabras y hechos ese amor, implicándonos en la realidad más desfavorecida de la sociedad y del mundo para ayudar a transformarla. Esa urgencia de la caridad es la que transformará el mundo, la que lo va a salvar. Solo la urgencia de la caridad es la que crea la civilización del amor, la que nos hace vivir en la alegría, recuperar la esperanza y hacernos crecer en la ilusión. Necesito que soñéis conmigo de este modo, os necesito a todos y todas en este empeño, y que nunca nos cansemos de soñar. Así haremos mejor camino juntos, apoyándonos, alentándonos.
En este empeño quiero estar con vosotros, en medio de vosotros, como un hermano más que se une a la larga tradición de esta Iglesia. Veréis mi fragilidad, pero nuestra fuerza está en aquel que nos pone en camino y en los hermanos y hermanas que están a nuestro lado. Contamos con muchos defensores: vengo de la tierra pastoreada por san Rosendo y el obispo Gonzalo, santo para todos nosotros. Y llego a otra tierra en la que la compañía del beato Pedro González Telmo —a quien espero con ansia ver enseguida proclamado santo— nos asegura su intercesión. A ellos encomiendo esta nueva andadura que iniciamos hoy poniéndonos bajo la protección de la Madre del Señor, Nuestra Señora de A Franqueira.
Le doy gracias a Dios, en esta mañana, por lo que Él fue haciendo conmigo en los años de mi vida; por haberme llamado a la vida y a la Iglesia, al ministerio presbiteral y ahora al episcopal.
Gracias a tantas personas que Él fue poniendo en mi camino y que hicieron de mí lo que soy. Le agradezco al papa Francisco su confianza en este ministerio al que me llama, y le ruego Sr. Nuncio, que le haga llegar mi filial comunión y agradecimiento, y el cariño de toda esta Iglesia particular a la que me incorporo.
Gracias a mis hermanos obispos que hoy me acogen fraternalmente como hermano en el colegio de los sucesores de los apóstoles; de una manera especial, quiero agradecerle al arzobispo de Santiago, D. Francisco, al Sr. Nuncio en España y al obispo de León, P. Luis Angel, que por la imposición de sus manos me trasmitieron el don del Espíritu para esta misión.
No puedo dejar de dar las gracias a mi familia, a los que hoy me acompañan aquí, y a los que ya están en casa del Padre: con ellos aprendí en el día a día quién era Dios, cómo vivir el evangelio y cómo sentirme Iglesia.
Junto a ellos, también agradezco a la Iglesia particular de Mondoñedo-Ferrol, de donde vengo. Allí nací a la fe, y fui creciendo y madurando en la misma. Allí me sentí llamado por Dios a seguir el Evangelio y ser sacerdote y allí trabajé durante toda mi vida. No puedo dejar de recordar a cada parroquia en la que estuve desde el seminario, a sus sacerdotes, consagrados y laicos con los que compartí tantas actividades y tanta vida; a las instituciones diocesanas en las que estuve vinculado: el seminario, el campamento diocesano, el grupo Galilea… Sé que hoy vinieron desde diferentes puntos de la diócesis, madrugando y haciendo un largo camino para acompañarme. A todos gracias por lo vivido, compartido y amado. Soy el que soy gracias a vosotros, y como decía un conocido anuncio que no voy a nombrar, de todos tengo, un poquito de mí.
Agradezco la presencia de las autoridades políticas, militares, instituciones, asociaciones del mundo civil y religioso que nos acompañáis. Entre todos buscaremos la colaboración mutua y el bien común, y de una manera especial de los más necesitados.
Por supuesto, quiero agradeceros a toda la diócesis que me acogéis: sacerdotes, consagrados, contemplativos, misioneros, seglares… Desde el primero momento fueron muchas las manifestaciones de cariño, acogida y cercanía de todos vosotros, sintiéndome muy arropado; no sabéis cuanta alegría me iban dando vuestras noticias y todo lo que hacíais en la espera del nuevo pastor.
Gracias también a D. Luis Quinteiro que durante 14 años guio esta Iglesia tudense. En él sé que tengo un padre y un hermano, y sé que me ayudará a ser el pastor que esperáis que sea.
Quiero tener una palabra especial para los que lleváis preparando esta ordenación con tanta dedicación y cariño. Bien sé por experiencia que no es nada fácil y que son muchos detalles. No sólo quisisteis que todos nos sintiéramos bien en este día, sino que hicisteis mucho trabajo para que toda la comunidad diocesana ahondara en el ser y quehacer del obispo y se sintiera responsable de la acogida como pastor.
Gracias a todos cuantos hicisteis el esfuerzo de estar aquí. Vuestra presencia habla de comunión, de fraternidad, de ilusión. Viendo esto, ya me siento en casa, en familia.
A todos los medios de comunicación, a las redes sociales que hacéis llegar a todos esta fiesta diocesana, muchas gracias. Hoy sois los portavoces de esta buena noticia que estamos viviendo en la diócesis.
«La caridad de Cristo nos urge». Este es el lema que escogí para ser pastor en medio de vosotros. Deseo que esto siempre nos mueva con un estilo más evangélico y comprometido con cada persona. Rezad por mí y yo por vosotros. Gracias.
Mons. Antonio Valín Valdés
Obispo de Tui-Vigo
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