12 de diciembre de 2024

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Nuestra Señora de Guadalupe
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Discurso del papa Francisco al Real Club Celta de Vigo

Discurso del papa Francisco al Real Club Celta de Vigo
Foto: El papa Francisco durante la JMJ de Panamá | © Cathopic.

El lunes 10 de julio, en la sala Clementina de la ciudad del Vaticano, con motivo del Centenario del Real Club Celta de Vigo, el papa Francisco acogió, en audiencia privada la visita del equipo celeste, a quienes recordó que, «tanto en el estadio como en la vida, vuestras armas, como la cruz de Santiago que los preside, son esos pequeños gestos a los que a veces no damos importancia: es vencer desde la humildad, trabajar en equipo sin confiarse en las propias fuerzas, comprendiendo que la victoria es de todo».

Reproducimos a continuación el discurso íntegro del papa Francisco.

Discurso del Santo Padre Francisco a los dirigentes y futbolistas del Real Club Celta de Vigo

Queridos hermanos y hermanas, querido obispo de Vigo, querido Monseñor Carballo:

Me es grato recibirles en esta celebración del primer centenario de este club deportivo. Muchas veces repetí que el deporte es motivo y ocasión para redescubrir y fomentar muchos valores de nuestra sociedad y, en ese sentido, el encontrarme con un club «gallego» es para mí algo que evoca tantas experiencias que como argentino viví en mi propia carne. Si se han dado cuenta, sus colores son los de la Virgen Inmaculada y también los de la camiseta argentina, casi como si nuestra Madre se hubiese querido engarzar entre las dos orillas de este gran océano que más que separarnos, nos ha unido para que no la olvidemos.

Don Carlos me decía en su carta que también él tuvo que cruzar el Atlántico para formar una familia; como tantos otros, seguramente contempló en la lejanía esa bandera blanquiceleste que desde la capitanía del puerto de Vigo los despedía. Y esta es la historia de tantos migrantes que llegaron a Argentina. Un pedacito de su corazón quedó allí esperándolo. No fue el único que lo dejó, y de alguna manera podríamos decir que el corazón de la humanidad está conformado por todos esos pedazos que quedándose y yéndose nos recuerdan en lo más íntimo que estamos todos unidos; que somos peregrinos en este tempestuoso mar de la existencia. Bueno, a veces no es tan tempestuoso.

Y si el azul que da color a su escudo muestra su confianza en la protección de la Virgen, la cruz de Santiago se alza como estandarte de victoria en la batalla de la vida. También la cruz, al recordar su patria gallega, la vincula con Europa y, en ella, a toda la cristiandad, que desde tiempo inmemorial peregrina tras las huellas del primer Apóstol que derramó su sangre por Cristo.

Tal vez algunos de ustedes ya se habrán fijado en el profundo sentido de este emblema que con tanto orgullo han defendido. A veces nos pasa que trabajamos tanto, luchamos, queremos ser felices, ganar, demostrar lo que valemos, pero absorbidos por defender nuestros colores, nos olvidamos de lo que significan. Recuperar siempre la historia poética. Sin embargo, las raíces son importantes, ellas son las que nos dan el sentido, las vuestras nos hablan de una tierra que no se cierra al hermano que llega como peregrino, y a unas gentes capaces de dejarlo todo para lanzarse a afrontar las más altas empresas. Espíritu de sana aventura y espíritu de hospedaje fraterno.

Tanto en el estadio como en la vida, vuestras armas, como la cruz de Santiago que los preside, son esos pequeños gestos a los que a veces no damos importancia: es vencer desde la humildad, trabajar en equipo sin confiarse en las propias fuerzas, comprendiendo que la victoria es de todo. Importante ese trabajo en equipo: cuando en el mundo del deporte no se trabaja en equipo, pierden todos. También es entregarse con generosidad, sin ahorrar esfuerzos, sabiendo que sacrificarse por el otro cuando es necesario, del mismo modo, es aceptar que el confrontarse con otros equipos sirve para mejorar, para aprender, para ponernos a prueba y aquilatar todo nuestro juego.

Y en este sentido, el otro, más que un oponente digno de respeto, es siempre un amigo bienvenido. Si nuestro juego y nuestra vida, coherentes entre sí, dan ese ejemplo, seremos capaces de trasmitir, no la pasión a unos colores que excluyen, sino el amor a lo que representan. A esas banderas blanquicelestes y ese camino del Apóstol que nos hacen capaces de atravesar océanos y unir continentes, esperando la corona de justicia que el Señor, el Juez, va a otorgar a cuantos esperan en Él.

Y no quisiera terminar sin mencionar un trabajo, un aspecto que es trabajoso, pero que hay que mantener siempre: la dimensión de amateur. Cuando el deporte, en este caso el de ustedes, pierde esta dimensión «amatorial», de amateur, no tiene sentido, se transforma en una cosa comercial o simplemente aséptica, sin pasión. Conserven, por favor, esta mística «amatorial». No pierdan nunca la dimensión de amateur.

Que Dios los bendiga a todos y que la Virgen los cuide. Gracias.

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