El jueves 23 de marzo, la diócesis de Tui-Vigo ha inaugurado los actos de la Semana Santa viguesa con la lectura del pregón a cargo del arzobispo de Braga, Mons. José Manuel Garcia Cordeiro, que ha compartido con la comunidad católica de la ciudad olívica «la locura de la Cruz de la Pascua», porque, «en su sabiduría maternal, la Iglesia propone un camino Cuaresmal y pascual para centrarnos en el misterio central de nuestra fe: la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo que nos infunde su espíritu para enviarnos a la misión. Como peregrinos del Evangelio de la esperanza, nos sentimos impulsados a caminar con todos —laicos, consagrados, presbíteros, diáconos— en un experiencia samaritana y sinodal de ser Iglesia, como hijos amados de Dios. Con todos, sin excepción y fraternalmente, estamos dispuestos a abrir el camino para que del amor nazca Jesús».
En este sentido, Mons. Cordeiro ha expresado que «el camino de vida de cada persona tiene una historia, marcada por sus relaciones, su contexto y sus circunstancias. Por lo que no se trata de un camino único, directo, sino de un conjunto de caminos que se cruzan y muchas veces se configuran como un cruce». En este itinerario de Cuaresma pascual, el prelado bracarense ha recordado con especial atención «a los niños que viven en la encrucijada de la deserción escolar y de la falta de afecto; a los jóvenes que viven en la incertidumbre del futuro y del paro; a las familias que se encuentran en una separación o en la pérdida de sentido; a los ancianos que cargan con las cruces de la soledad y del rechazo». Asimismo, el arzobispo ha invitado a los presentes a cultivar «la caridad pastoral con los enfermos, los pobres, los presos y los hospitalizados que se encuentran entre la vida y la muerte, entre la libertad y el peso del dolor».
«La Iglesia orante —explicó el arzobispo de Braga— nos invita a cantar, con la alegría del corazón, aleluya en Cristo, nuestra Pascua; Cristo que es nuestras Pascua». Así, con la mirada puesta en la Pascua, Mons. José Manuel Garcia Cordeiro nos invitó a vivir con esperanza el fin de la Cuaresma que conduce hacia el Triduo Pascual, en los que la Iglesia conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
La diócesis de Tui-Vigo quiere dinamizar espiritualmente las manifestaciones religiosas en las parroquias del Concello vigués e impulsar las expresiones de fe en la semana principal del calendario cristiano. De este modo y a través de la delegación episcopal de la Semana Santa de Vigo, quiere, mediante la oficialidad de estos pregones que comenzaron el pasado año, poner en valor el sentido religioso de la Semana Santa la ciudad olívica, promoviendo la elección personas que contribuyan con su autoridad a ese objetivo, como el caso del arzobispo de Braga, en un año de especial importancia para el país luso que, del 1 al 6 de agosto de 2023, acogerá la Jornada Mundial de la Juventud que el papa Francisco ha convocado en Lisboa.
LA LOCURA DE LA CRUZ DE PASCUA
Pregón de Semana Santa – Concatedral
Vigo, 23.03.23
La Cuaresma, como indica la fuerza expresiva de su nombre, está prevista en cuarenta días para preparar la solemnidad de la Pascua. En la determinación de la duración de este tiempo tuvo gran influencia la tipología bíblica de los cuarenta días, es decir, el ayuno de cuarenta días de Jesús en el desierto; los cuarenta años pasados por el pueblo de Dios en el desierto; los cuarenta días de Moisés en el monte Sinaí; los cuarenta días en que Goliat enfrentó a Israel hasta que David lo derribó; los cuarenta días que tardó Elías en subir al Horeb, el monte de Dios; los cuarenta días de la predicación de Jonás a los habitantes de Nínive.
No se sabe, exactamente, cuando comenzó la celebración de la Cuaresma, pero sabemos que se desarrolló progresivamente. Sin embargo, el uso del ayuno cuaresmal se remonta a la época de los Padres de la Iglesia para celebrar el paschale sacramentum (= misterio pascual). La práctica de la Iglesia antigua (siglos VI-VII) testimonia el inicio del ayuno cuaresmal a partir del miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, junto con el rito de la imposición de la ceniza. El VI Domingo de Cuaresma se denomina Domingo de Ramos de la Pasión del Señor.
Por eso, el tiempo litúrgico de la Cuaresma se extiende desde Miércoles de Ceniza hasta la Misa vespertina de la Cena del Señor exclusive. El objetivo principal de estos cuarenta días es preparar a la celebración de la Pascua, síntesis de todos los misterios de Cristo.
Ya en el primer domingo de Cuaresma, la Iglesia reza en dos oraciones del tiempo santo de Cuaresma: «Dios Todopoderoso, por medio de las prácticas anuales del sacramento de Cuaresma…» (oración colecta); «Haz, Señor, que nuestra vida responda a estas cosas que se van a ofrecer y en las que celebramos el comienzo de un mismo sacramento admirable» (oración sobre las ofrendas).
- Eucaristía y Bautismo
Según la tradición romana, además de la Eucaristía, el Bautismo es el sacramento pascual por excelencia, como lo demuestra la amonestación que precede a la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia Pascual: «Por el misterio pascual fuimos sepultados con Cristo en el Bautismo, para que podamos vivir con Él una vida nueva. Por eso, terminados los ejercicios de la observancia cuaresmal, renovemos las promesas del Santo Bautismo…».
El contexto general de la Cuaresma prepara convenientemente al gran ayuno pascual, para que en todos progrese la mortificación del cuerpo en bien de los centros vitales de la vida humana: el corazón, la mente y el alma.
Dos pensamientos impregnaban la antigua liturgia de la Cuaresma: la penitencia de los penitentes públicos que, expulsados el Miércoles de Ceniza, eran admitidos a la reconciliación el Jueves Santo, y a la preparación de los catecúmenos para el Bautismo solemne en la Vigilia Pascual.
- Biblia para la Liturgia de Cuaresma
Los domingos, el Leccionario (la Biblia para la Liturgia) se distribuye de la siguiente manera: En el primer y segundo domingo se conservan los relatos de la Tentación y de la Transfiguración del Señor, según los Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). En los tres domingos siguientes, se recuperan, para el Año A, el Evangelio de la Samaritana (Jn 4, 5-42), del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41) y de la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-45) se recuperan. Estos Evangelios subrayan la revelación personal de Jesús al hombre como ‘agua viva’, ‘luz del mundo’ y ‘resurrección y vida’, prefigurando la realidad pascual-bautismal. En los años B y C se proponen otros textos del Evangelio de Juan sobre la futura glorificación de Cristo a través de la Cruz y la Resurrección (B) y del Evangelio de Lucas sobre la conversión (C). Las lecturas del Antiguo Testamento (primera lectura) se refieren a la historia de la salvación, que es uno de los temas específicos de la catequesis cuaresmal. Las lecturas del Apóstol (segunda lectura) han sido elegidas para que se correspondan con las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento, de modo que haya una conexión adecuada entre ellas tanto como sea posible.
Los días de semana, las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento tratan varios temas propios de la catequesis cuaresmal, adaptados al significado espiritual de este tiempo favorable. En los primeros días de la Semana Santa, las lecturas se centran en el misterio de la Pasión. En la Misa Crismal, las lecturas destacan la función mesiánica de Cristo y su continuación en la Iglesia a través de los sacramentos.
El tiempo de Cuaresma es un signo admirable (sacramento) de la Iglesia, cuyo objetivo fundamental es la celebración del misterio pascual. Para todos existe la posibilidad de cambio, porque Cristo es nuestra Pascua (cf. 1Cor 5, 7).
- Pastoral de Cuaresma
En su sabiduría maternal, la Iglesia propone un camino cuaresmal y pascual para centrarnos en el misterio central de nuestra fe: la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor Jesucristo, que nos infunde su Espíritu para enviarnos a la misión. Peregrinos del Evangelio de la Esperanza, nos sentimos impulsados a caminar con todos: laicos, consagrados, presbíteros, diáconos, en una experiencia samaritana y sinodal de ser Iglesia. Como hijos amados de Dios, es con todos, sin excepción y fraternalmente, que estamos dispuestos a abrir el camino para que “del amor nazcan gestos”.
El camino de vida de cada persona tiene una historia, una densidad propia, marcada por las relaciones que establece y por sus contextos y circunstancias. No se trata, por tanto, de un camino único y recto, sino de un conjunto de caminos que se cruzan y muchas veces se configuran como un cruce de caminos.
En este itinerario de Cuaresma y pascual recordamos a los niños que viven en la encrucijada de la deserción escolar y de la falta de afecto; llevamos en el corazón a los jóvenes que viven la encrucijada de la incertidumbre del futuro y del paro; apreciamos a las familias que se encuentran en la encrucijada de la separación o de la pérdida de sentido; recordamos a los ancianos que cargan con las cruces de la soledad y del rechazo; cultivamos la caridad pastoral debida a los enfermos, a los dolientes, a los presos y hospitalizados que se encuentran entre la vida y la muerte, entre la libertad y el peso del dolor; nos unimos a los laicos y sacerdotes que se sienten en la encrucijada de los caminos a seguir por sus comunidades cristianas, es decir, al servicio de la liturgia, la catequesis y la caridad; sintonizamos con la encrucijada que los gobernantes, los profesionales de la salud y las fuerzas de seguridad que se enfrentan en su vida cotidiana en beneficio de todos; oramos por todos aquellos que viven indiferentes y apáticos a la fe cristiana en la encrucijada de la desesperanza.
¡Nadie está solo!… Cada persona está unida al amor de Cristo, que dio su vida por nosotros. ¡Es el amor el que salva, no el sufrimiento!
Estas encrucijadas pueden confundir en la dirección del camino a seguir. Por eso, es fundamental no perder de vista el punto central de nuestra vida cristiana: Jesucristo, el Crucificado y Resucitado. Él se revela como el centro fundamental de nuestra vida en la Cruz, como centro neurálgico que da sentido a nuestros caminos y, en consecuencia, a las encrucijadas en las que a menudo nos encontramos.
El camino de Cuaresma se nos aparece así como un camino de esperanza, que presenta pasos concretos hacia nuestra conversión personal, pastoral y misionera, a través de un redescubrimiento de nuestra relación con Dios (oración), con los demás (compartir) y con nosotros mismos.
Cumplido este camino de adhesión a la Cruz del Señor, tendremos el corazón dispuesto para ir a proclamar con alegría de apóstoles, porque somos la comunidad de los resucitados, porque estamos marcados con el signo de Cristo, la Cruz. Por eso, el tiempo pascual brota de la Cruz como camino de misión. Estando todos al servicio, seremos comunidades que viven el cuidado como expresión de la caridad.
¿No es esta gloria la que ya vislumbramos en la Cruz del Señor Jesús?
«No nos cansemos de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no hemos desanimado. Así que mientras tengamos tiempo, hagamos bien a todos» (Gál 6, 9-10). Que cada uno de nosotros se prepare para el camino, para vivir la conversión personal, pastoral y misionera a partir del centro de nuestra vida: Jesucristo.
La Cuaresma, en la liturgia de la Iglesia, es un tiempo de gracia que invita insistentemente a la conversión del corazón a Dios que nos llama a la santidad. Un tiempo que se caracteriza también por la penitencia pascual en varias dimensiones, especialmente las ya clásicas en la vida eclesial: oración, ayuno y limosna.
Se lee en una homilía del siglo II: «Es bueno dar limosna como penitencia por los pecados; el ayuno es mejor que la oración, pero mejor que ambos es la limosna. La caridad cubre le multitud de los pecados, y la oración ofrecida con recta intención libra de la muerte. Bienaventurado el que se encuentra perfecto en esta práctica, porque la limosna redime el pecado».
- La Virgen María en Cuaresma
En el itinerario cuaresmal, Maria es ejemplo de escucha de la Palabra de Dios para conformarse cada vez más al misterio de la cruz. Ella es la discípula perfecta del Señor, que lo sigue hasta la cruz.
Mientras tanto, el 25 de marzo, la Liturgia celebra la solemnidad de la Anunciación del Señor, nueve meses antes de Navidad. En el sublime misterio de la Encarnación, la Virgen fiel concibió, por obra del Espíritu Santo en su seno, al Hijo de Dios que, al entrar en el mundo, dijo: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad»2[1]. La conciencia de la Iglesia del misterio de la Encarnación es constante, como se afirma en el Símbolo de la fe: «Él bajó del cielo por nosotros los hombres y para nuestra salvación. Y se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen Maria y se hizo hombre.»[2]
El misterio de la Encarnación, en el contexto de la Anunciación, se desarrolla en el silencio de Dios que por nuestro amor bajó del Cielo. El acontecimiento celebrado en la Anunciación del Señor manifiesta la esencia del culto cristiano, que por su naturaleza es culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, o más bien, al Padre por Cristo en el Espíritu Santo.
- Semana Mayor
Semana Santa significa los últimos días de Cuaresma y el comienzo del Triduo Pascual. Esta Semana comienza con la procesión, que recuerda la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, y con la misa en la que se lee la pasión según uno de los Evangelios sinópticos.
En efecto, la celebración de todo el misterio pascual de Cristo constituye el momento privilegiado del culto cristiano, no sólo en su desarrollo anual, sino también en su forma diaria y semanal. El misterio pascual de Cristo es el principio básico de toda reforma litúrgica: «la Santa Iglesia celebra la sagrada memoria de la obra salvífica de Cristo, en determinados días del año. Cada semana, en el día que se le ha dado el nombre de “Domingo”, se conmemora la Resurrección del Señor, que también se celebra cada año, junto con su santísima Pasión, en la gran solemnidad de la Pascua».[3]
Los primeros testimonios de la celebración anual de la Pascua datan de mediados del siglo II y se encuentran en las Iglesias de Asia Menor. En Occidente, los documentos sobre la celebración del Triduo Pascual son escasos en los primeros cuatros siglos. Sin embargo, San Ambrosio (+397) se refiere al término “Triduum Sacrum” y San Agustín (+430) utiliza claramente la expresión “Sacratissimum Triduum” para indicar los días en que Cristo sufrió, descansó en el sepulcro y resucitó, es decir, “el Triduo de Cristo crucificado, sepultado y resucitado”. Por eso, el Triduo pascual no es una preparación a la solemnidad pascual, sino que es verdaderamente la celebración de la muerte y resurrección de Cristo, de la que resplandece la novedad de vida en Cristo que brota de su muerte redentora.
De hecho, la “teología de los tres días”[4] conmemora el misterio de la cruz gloriosa de Cristo, su reposo en el sepulcro y su Resurrección, como cumplimiento del plan salvífico. Estas celebraciones son introducidas por la Misa de la Cena del Señor y alcanzan su culminación en la Vigilia Pascual de la noche santa. El Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor, colofón de todo el año litúrgico, se inicia con la Misa de la Cena del Señor, tiene su centro en la Vigilia Pascual y concluye con las Vísperas del Domingo de Resurrección. En el Siglo VII ya se conocía una estructura ritual de la Vigilia pascual compuesta por tres elementos fundamentales: la Palabra, el Bautismo y la celebración eucarística.
El significado teológico de los tres días es destacado por el Catecismo de la Iglesia Católica, en estos términos: «a partir del Triduo pascual, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección llena con su claridad todo el año litúrgico. Ininterrumpidamente, a ambos lados de esta fuente, el año es transfigurado por la liturgia. Realmente es “el año dela gracia del Señor”»[5]. Y luego añade: «Por eso la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras; es la “fiesta de las fiestas”, “solemnidad de las solemnidades”, así como la Eucaristía es el sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio lo llama “el gran domingo”, así como a la Semana Santa se le llama en Oriente “la semana mayor”»[6].
La fiesta de la Pascua del Señor es el día (hodie) por excelencia del paso a la vida nueva, la fiesta de las fiestas. La liturgia de la Iglesia que nació de la Pascua está inundada de admiración, júbilo y alegría, según los textos de este día solemne del ‘sacramento pascual’: «este es el día que ha hecho el Señor: exultemos y cantemos de alegría»[7].
La Pascua es, en efecto, el tiempo festivo, en el que la Iglesia está invitada a celebrar con más solemnidad «Cristo, nuestra Pascua, que fue sacrificado. Él es el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo: muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida»[8].
Los estudios sobre el Misterio pascual han permitido descubrir la íntima relación entre el don del Espíritu Santo, la Resurrección y la Ascensión del Señor. Por eso, la Iglesia celebra los cincuenta días de Pascua como “un gran Domingo”. La Ascensión del Señor se celebra el cuadragésimo día de Pascua o se traslada ao domingo siguiente, Domingo VII de Pascua. Pentecostés celebra la plenitud de la Pascua: «Hoy manifestaste la plenitud del misterio pascual y sobre los hijos adoptivos, unidos en admirable comunión con tu Hijo Unigénito, derramaste el Espíritu Santo, que al comienzo de la Iglesia naciente reveló el conocimiento de Dios a todos los pueblos de la tierra y unió la diversidad de lenguas en la profesión de una sola fe»[9].
La Iglesia orante nos invita, por tanto, a cantar, en la alegría del corazón, el perenne Aleluya en Cristo, nuestra Pascua.
+ José Manuel Cordeiro
[1] Hebreos 10,7.
[2] Símbolo Niceno-Constantinopolitano.
[3] SAGRADA CONGREGACIÓN DE LOS RITOS – CONSILIUM, “Normas Generales sobre el Año Litúrgico y el Calendario 1”.
[4] Cf. H. VON BALTHASAR, Teologia dei tre giorni (Biblioteca de teología contemporánea 61), Editrice Queriniana, Brescia 42000.
[5] Catecismo de la Iglesia Católica 1168.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica 1168-1169.
[7] Sal 117.
[8] Misal Romano, Prefacio Pascual I.
[9] Misal Romano, Prefacio a Pentecostés.