La vida de Fernando Giménez Barriocanal (Madrid, 1967) está vinculada a la Conferencia Episcopal Española, donde comenzó hace treinta años como secretario técnico de la Gerencia. Desde entonces, el actual vicesecretario para Asuntos Económicos de la CEE y también profesor titular de la Universidad Autónoma de Madrid ha impulsado la transparencia económica y ha desmontado los mitos más extendidos sobre la financiación de la Iglesia.
Dicen que, en economía, lo que no son cuentas son cuentos…
Los números de la Iglesia están ahí para cualquiera que quiera acercarse. Desde 2007 y con la entrada en vigor del nuevo sistema de asignación tributaria, la Iglesia católica no recibe un euro de los Presupuestos Generales del Estado ni tiene dotación estatal alguna. Su financiación proviene, en su gran mayoría, de las aportaciones voluntarias de los fieles y personas de buena voluntad (suscripciones periódicas, colectas, legados, herencias…).
¿No es un privilegio la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta?
La Iglesia católica es la única institución en España que se somete a un plebiscito anual a la hora de hacer la declaración de la renta. Si nadie marcara la casilla 105, la Iglesia recibiría cero euros. Mientras el Estado financia de manera directa un gran conjunto de actividades y servicios al entender que generan un valor social, como el deporte, el cine o la cultura, en este caso los contribuyentes pueden decidir que el 0,7 % de sus impuestos vayan destinados a financiar la actividad de una institución —la Iglesia católica— cuya presencia en todo el territorio resulta crucial para millones de personas. La asignación tributaria no es ningún privilegio, sino el desarrollo de los principios de colaboración del Estado con la Iglesia.
¿Qué suponen los ingresos procedentes de la asignación tributaria?
Los resultados de ese plebiscito anual que mencionaba son, en primer lugar, un motivo de profundo agradecimiento. Que más de 8,5 millones de personas decidan marcar libremente la casilla de la Iglesia porque confían en su fecunda labor, siempre con una mano tendida para el que lo necesita, supone una gran satisfacción. Desde el punto de vista económico, los ingresos procedentes de la asignación tributaria suponen una media del 22 % de la financiación de las diócesis, por lo que ese sencillo gesto de marcar la casilla de la Iglesia es fundamental.
¿Qué ocurriría si la Iglesia cerrara un día sus puertas? Hay quienes apuntan que el Estado colapsaría
La Iglesia en España son 70 diócesis, casi 23.000 parroquias, nueve mil centros sociales, toda la red de Cáritas… El rostro real de la Iglesia es el de 16.100 sacerdotes, 34.400 religiosas y religiosos, miles de voluntarios, catequistas, etc., que están dando su vida para ayudar a los más necesitados, tanto en las grandes ciudades como en los pueblos y localidades remotas. Todos ellos ofrecen el mensaje de esperanza del evangelio, una buena noticia que, solo en los centros caritativo-asistenciales, permite ayudar a cerca de cuatro millones de personas al año.
¿Cuál es el perfil de los beneficiarios?
Hay personas de todo tipo y condición. A todas se les atiende sin preguntar previamente qué religión profesan y si van a misa. Para la Iglesia todo hombre tiene la dignidad de «hijo de Dios» y en el rostro del más necesitado se encarna Cristo mismo. Por eso me duele, a título personal, cuando se quiere presentar a la Iglesia con un rostro que no refleja en absoluto lo que es y lo que supone para la sociedad.
¿Es buena gestora la Iglesia? Si nos guiamos por la confianza que muestran los contribuyentes, parece que sí…
Cabe recordar un dato elocuente. Y es que, tras calcular el impacto de las donaciones que recibe la Iglesia, estudios independientes han podido determinar que cada euro retorna a la sociedad multiplicado por dos y medio. La colaboración público-privada resulta esencial. Hay que seguir trabajando con altura de miras, tendiendo puentes y al servicio del bien común.