Publicado en Faro de Vigo, o domingo 14 de xullo de 2024
No sólo me gustó muchísimo, sino que me encantó, por el tono de humilde y sabia sensatez que encierra, la respuesta, en una entrevista radiofónica, del buen cura ribadense que es Antonio Valín Valdés, que dice estar viviendo estos días todavía muy sorprendido, porque le han escogido para ser el nuevo obispo de Tui-Vigo. «Ayudadme en esta nueva etapa y tarea desde el cariño y la corrección fraterna, para que pueda ser tierra fecunda en las manos del Buen Dios»; y también: «soy consciente de mi fragilidad en el servicio que se me pide, y que tendré que ir aprendiendo con vosotros», repetía en el saludo que nos dirigió a sus nuevos diocesanos cuando se hizo público su nombramiento. Y en esa entrevista a la que me he referido reiteraba: «rezad por mí y os pido que tengáis paciencia y comprensión» porque «tengo que aprender a ser obispo en medio de vosotros»; «yo aportaré mi vida, mis ilusiones, con un poco o mucho de vértigo, pero sé que entre todos vamos a caminar… haremos ese camino juntos».
Vamos a vivir y ya estamos viviendo en la diócesis de Tui-Vigo una experiencia eclesial nueva, por distinta. Habitualmente la Santa Sede nos mandaba —entiéndaseme bien— obispos ya hechos, no sólo por la consagración episcopal previa, sino porque venían ya de otra diócesis con experiencia de pastoreo. La información o la curiosidad, por encima de la aceptación de la voluntad divina para con los designados, sobre cómo es, cómo actúa, qué hizo, qué edad tiene, dónde estudió, en qué es especialista…Todas esas cuestiones que pudieran plantearse tenían en los casos anteriores adecuada respuesta, porque el elegido ya era obispo y venía además con experiencia y curriculum episcopal. Ahora, no. Al electo que ansiosos estamos esperando hemos de consagrarle aquí —el próximo sábado día 20 en la catedral de Tui— y ese día saldrá de allí un obispo nuevo, de paquete y del trinque, sucesor de los apóstoles con marca recién registrada, pero sin rodaje y con la práctica episcopal solamente supuesta. Es verdad y puesto que escribo en ambiente de Eurocopa, que en los entrenamientos y en las actividades de clasificación don Antonio demostró su calidad —en las vicarías de pastoral y general, incluso siendo por breve tiempo administrador diocesano—, de ahí que no sólo se le adivinan maneras al regatear o al mover al equipo, sino que está considerado eficaz fontanero en el arreglo de averías imprevistas. Con todo, su curriculum episcopal todavía está impoluto, en blanco y por rellenar.
De ahí que a mí me haya encandilado y abierto muchas expectativas ilusionantes ese sencillo deseo suyo de querer aprender a ser obispo. Como me ocurre con el curilla joven que desea que le enseñen a ser un buen párroco y un consejero prudente y un comunicador eficiente; tal deseo de aprender suele ser garantía de que en el futuro va a ser un gran maestro y un sacerdote acogedor y querido. Igual que, al contrario, los sabiondos y engreídos acaban muy pronto resultando repelentes por vanidosos y repipis. Lo mismo le ocurre a cualquier honesto y sensato profesional que llega a una nueva empresa y pide a los compañeros y colegas —sin altanería por alta que sea su responsabilidad y con libertad huyendo de posibles adulaciones—: «bueno ya me diréis cómo se suele hacer esto y qué creéis que en esta circunstancia debemos hacer para mejorarlo».
Esa es la sinodalidad sincera y fetén. Porque sinodalidad es una palabra tan repetida en la Iglesia y sobre todo últimamente, que casi nadie se ha parado a explicar que en la realidad práctica únicamente se reduce al compromiso de arrimar el hombro desde nuestra situación. Por ejemplo y en casos concretos: ahora vamos juntos, cada uno en su cometido, a ayudar y a facilitar a Antonio Valín a ser un buen obispo; o vamos a echar una mano para que la parroquia atienda mejor a los pobres o forme bien humana y cristianamente a los niños de ahora; o vamos a participar siendo creativos para que esta asociación nuestra abandone los tintes de piedad rancia y sea más activa, atractiva, cristiana y solidaria. Eso es tener el espíritu sinodal de quien quiere «caminar junto con».
Y vuelvo al sencillo y sincero proyecto de iglesia diocesana que nos describe nuestro futuro obispo Antonio Valín Valdés: «sueño con una Iglesia en la que todos y todas, cada uno con su sensibilidad y aportando su grano de arena, se sienta convocado, partícipe y responsable en esta nueva etapa sinodal que vivimos en la Iglesia, a la que tantas veces nos convoca el Papa Francisco».
A mí eso me encantaría aquí y ahora ya. Pero para ello seguramente a cada uno de nosotros nos toca reciclarnos y ponernos, ¡al alimón!, a querer también aprender a ser buenos fieles.