Publicado en Faro de Vigo, o domingo 4 de agosto de 2024
Claro que no voy a referirme –pero de paso que voy sí que lo hago–, a quienes hacen por su cuenta la procesión del domingo primero de agosto, organizándose con planes alejados del itinerario, el horario y el sentir de los demás seguidores del Cristo. Quizá sea fiel reflejo de que muchos de sus proyectos vitales tampoco van en comunión con los que caminan junto a y con el Cristo. Salvo excepciones, me cuentan, bastantes de ellos suelen ser cristianos “que van por libre” pero no solamente en el procesionar a su bola, sino también en otros muchos aspectos de la vida ordinaria; es decir que sólo a veces su credo, sus liturgias y comportamientos coinciden con los dictados de la familia del Cristo que es su iglesia.
Por eso, para mi habitual artículo anual referido al Cristo, puede servirme en esta ocasión poner de relieve el contraste de quienes van por la vida queriendo estar junto al Cristo y teniéndole a Él como referencia más o menos cercana y próxima en sus asuntos, y otros que van, lo repito “a su bola”, dejando al Cristo encerrado en su iglesia y en sus cosas que para casi nada son las propias.
Caminar juntos y junto al Cristo, el título ya lo subraya, pretende destacar un aspecto del estilo pastoral de la iglesia de estos tiempos, que ha sido esencial en la iglesia de todos los tiempos. Y es la corresponsabilidad de todos en la misión evangelizadora, que los primeros seguidores del Cristo pusieron en marcha yendo con celeridad por todo el mundo, hasta llegar cuanto antes a los confines de la tierra –nuestro finis terrae!–; y que el concilio Vaticano II destapó por si se nos había olvidado o descuidado un poco. Pues resulta que ahora y de un tiempo a esta parte, se nos vuelve a presentar la misión y la comunión como urgencias novedosísimas y como tarea inexcusable de todos y cada uno de los bautizados, quizá para purificarnos de nocivos clericalismos del pasado o también de algunas secularizaciones políticas sectarias que de todo hubo en la historia de esta viña del señor.
Recientemente para enrolar a todo quisque “con un solo corazón y una sola alma”, en la tarea de la necesaria nueva evangelización, se acuñó la expresión de origen griego de ¡vivir la sinodalidad! Tal parece ser el gran descubrimiento contemporáneo, ¡bendito sea y nunca es tarde!, pero realmente la sinodalidad hubiera debido estar y permanecer siempre en la esencia de la Iglesia. Sínodo significa “caminar juntos”. Y el itinerario de quien quiera hacerse seguidor de Jesús de Nazaret, el Cristo salvador, fue definido ya desde el libro de los Hechos de los Apóstoles como el “Camino” y los cristianos eran y somos “los seguidores del Camino”.
Sirva sólo como elemental explicación etimológica que sínodo procede del prefijo griego “sin” que significa “con” y del sustantivo “hódos”, que quiere decir “camino o el modo de vivir por el que se avanza hacia una meta”. Los cristianos pues eran y somos los seguidores del Camino porque seguían antes y seguimos ahora las enseñanzas doctrinales y morales del evangelio de Cristo. Los buenos discípulos del maestro debemos caminar juntos –¡sinodalmente!–, por el “buen camino”, participando unidos y en comunión en la creación, puesta en marcha y el mantenimiento de los proyectos que nos ayuden a todos y a cada uno a vivir la unión con el mismo Cristo, Verdad y Vida.
“Porque caminar juntos y junto al Cristo implica vivir, en comunión, la doctrina y la moral cristiana tal y como es sin pretender cambiarla a capricho”
Juntos, como iglesia del Cristo, damos testimonio de la verdad acogiendo y orientando a los que andan por la vida desencaminados, descarriados o despistados –que son verbos sinónimos de no ir por el sendero seguro–, para que cambien de vía y de vida y así sean felices, si libremente lo desean. Facilitar ese itinerario será la sinodalidad fetén. Y no será sinodalidad auténtica, sino táctica política y atajo inmoral, entretenerse con quienes andan por caminos extraños al mensaje de Cristo, para dialogar con ellos a la baja y llegar a un engañoso acuerdo, a base de edulcorar y pervertir el mensaje cristiano haciéndolo puramente terrenal y de conveniencias. Sí será sinodalidad cristiana, sin embargo, acoger y ayudar a abrirles caminos que personalmente, a veces aún cargando con la propia cruz, sean de liberación, de victoria y de resurrección. Porque caminar juntos y junto al Cristo implica vivir, en comunión, la doctrina y la moral cristiana tal y como es sin pretender cambiarla a capricho. Es decir que sinodalidad no es “hacerse un individual e interesado Belorado”, ni acogerse cuando nos conviene al frecuente e inasible argumento de “una vez un cura a mí me dijo”, cada vez que por puro interés personal queremos justificar nuestra manifiesta separación de la comunión con quienes caminan cada día junto al Cristo. Con errores seguramente, pero fieles y a su lado.