En la pasada noche del día 10 de junio, después de un día de eclipse parcial de sol, se apagó también para siempre, en la Residencia Paz y Bien de Tui, en la que llevaba largo tiempo internado, un sencillo y sabio sacerdote que había sido ilusionante luz en el camino para muchos jóvenes de nuestra diócesis, desde los años setenta. Después de 65 años de sacerdocio – incansable y piadoso “al estilo de Celso”, que no pudo ser patentado jamás por ninguna acreditada agencia de pastoral -, Celso Rodríguez Fernández, que fue, entre otros muchos encargos, profesor del Colegio Universitario vigués y más tarde Decano de la facultad de Humanidades de la Universidad de Vigo y profesor de Filología Latina en las Universidades de Salamanca y Santiago, además de impartir esa asignatura a varias generaciones de estudiantes en los seminarios de la diócesis de Tui-Vigo. Simplemente es obligado añadir que “don Celso”, como se le llamaba habitualmente, y solo por destacar su valía profesional como docente, aunque lógicamente no me entretenga en citar sus numerosos escritos, ensayos y minuciosos equilibrios poéticos latinos, era además de Doctor en Filosofía y Letras (sección Filología Clásica), también Doctor en Teología y Prelado de Honor de Su Santidad, canónigo de la S.I. Catedral de Tui y Fundador de La JUM (Juventud Unida en Marcha) asociación a la que dedicó su vida, sus ilusiones e incluso su patrimonio. Es sabido que para el cuidado y la formación de los jóvenes, su obsesiva pasión, mandó construir en Paramos (Tui) un gran Centro de Espiritualidad.
El hijo de Manuel y de la señora Virginia, que habían llegado de Goián para vivir en el lugar de Torrón en san Salvador de Sobrada, celebró allí su primera misa en junio de 1956 y se marchó a estudiar a Roma y luego a Salamanca hasta su vuelta a la diócesis en donde comenzaría su ministerio en la ciudad de Tui, junto con don Ricardo, ambos como vicarios parroquiales del señor Abad, don Manuel… En todo tiempo le preocupaba la formación humana y cristiana de los jóvenes y a ello dedicaba en las parroquias que visitaba, por la noche, con su equipo de devotos seguidores, su tiempo y su dinero: música, teatro, disertaciones, conciertos y charlas… Todas las metodologías al uso se ponían en práctica para enseñar, entretener y encandilar hacia el bien a los que a la JUM se acercaban. Con nostalgia llorarán hoy muchos jóvenes y matrimonios al querido, y no siempre del todo comprendido, don Celso.
Kilómetros y kilómetros, gasolina y gasolina, tardes y tardes, noches y noches, ensayos y ensayos de teatro y de canciones, sueños y sueños, unos perdidos y otros soñados… Tales son los mimbres con que se ha tejido la entrega de don Celso a los jóvenes y a la Iglesia. Escrupuloso y puntilloso como él era a la hora de calificar en los exámenes, seguramente él esperaría ahora, en el de fin de curso y dada su humildad, una nota muy baja, quizá un 4,96; pero la realidad de la misericordia divina acertará como siempre, pues al Celso estudiante habitualmente se le calificaban con un meritissimus cum laude!
(en Faro de Vigo).