26 de abril de 2024

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San Isidoro
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San Isidoro

La fe se rehace cada día

La fe se rehace cada día

Con frecuencia actuamos con la convicción de que las cosas bien acabadas son para siempre y que, una vez concluidas, ya no se las toca más. Como si la vida fuera un conjunto de bloques bien asentados, cuya consistencia supusiese permanecer inalterables a través del paso del tiempo. Se piensa que lo que vale la pena no sufre las alteraciones del devenir y que solo las cosas sin importancia están sujetas a los vaivenes del cambio.

                Algo que parecería deber resistir inconmovible al ir y venir de la vida es la fe del creyente auténtico. El acto de fe se sostiene ante toda eventualidad, su certeza no depende de la incierta facticidad de las realidades mundanas. Como dice San Juan, la fe vence al mundo y quien cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo (1 Jn, 5). La fe engendra una claridad de sentido que trasciende toda pluralidad.

                En principio, parece que la fe, cuando es auténtica, es inmune a la alteración de las cosas concretas. Pero nosotros vivimos en la concreción de lo cotidiano, respiramos el aire de cada rincón, nos orientamos en las ventanas empañadas de nuestros amaneceres. La pluralidad de lo que acontece nos habita y nos conforma. Por ello la diversidad de la realidad es el cauce de los ríos de nuestras vidas. Todo lo que nace se suma a lo que fuimos.

                Si la vida está tan hecha de pluralidad, la fe que le da sentido tiene que encauzarla de algún modo. La fe no puede ser ajena a la diversidad ni puede sentirse amenazada por ella. No podemos asumir sin más la crítica de Nietzsche de que la fe olvida la riqueza de la vida, porque la fe y la vida son inseparables. La fe da sentido a la vida y la vida le da plenitud a la fe. No son solo complementarias, sino que no pueden entenderse la una sin la otra.

                Siendo la vida tan radicalmente deudora de la diversidad, no puede entenderse una fe que se desentiende de ella. La fe necesita también penetrarse de la realidad plural que configura la vida. En la pluralidad de la vida la fe se asienta con una espiritualidad de contornos múltiples que genera un entusiasmo renovador en las brechas de la discontinuidad. Porque la salvación acontece en el tiempo, que es la medida del devenir en el que la vida despliega la riqueza de lo eterno.

                El ser humano aprende cada día a descifrar el enigma del misterio que hoy se le esconde y mañana se le insinúa. Somos aprendices de un lenguaje que cien billones de personas que han vivido hasta ahora en la tierra llevamos miles de años descifrando.

                La fe es parte de la vida y no es ajena a su ritmo. No es lo mismo un atardecer que un amanecer. Ambos tienen su pasión y los dos instantes tienen su gloria y su precariedad. Nada está hecho de una vez para siempre, ni siquiera aquellos sistemas que se concibieron eternos.

La vida, entre el nacer y el perecer, consiste en un permanente rehacerse. Cada instante, la vida se rehace con la ayuda de Dios y de la fe. Y cuando decimos que la fe se rehace cada día, no hacemos otra cosa que constatar que Dios sigue a nuestro lado para seguir aprendiendo a renacer.

+ Luis Quinteiro Fiuza.

Obispo de Tui-Vigo.


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