19 de abril de 2024

,

San León IX
19 de abril de 2024

,

San León IX

La provincia eclesiástica de Galicia despide a Mons. Diéguez

La provincia eclesiástica de Galicia despide a Mons. Diéguez
Mons. Julián Barrio presidió la misa exequial

El miércoles 20 de julio, a las 16:30 horas, en la capilla de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Santiago de Compostela, Mons. Julián Barrio, arzobispo compostelano, presidió la misa exequial de Mons. José Diéguez Reboredo que fue obispo de la diócesis de Tui-Vigo desde julio de 1996 hasta enero de 2010. Junto a Mons. Barrio, concelebró el obispo de Tui-Vigo, Mons. Luis Quinteiro, el obispo auxiliar de Compostela, Mons. Francisco José Prieto, el obispo de Ourense, Mons. Leonardo Lemos, el obispo de Astorga, Jesús Fernández, el obispo de Santander, Mons. Manuel Sánchez, el arzobispo emérito de Zaragoza, Mons. Vicente Jiménez, y el arzobispo emérito de Tánger, Mons. Santiago Agrelo.

De la diócesis de Tui-Vigo, asistió una amplia representación del clero diocesano y el del consejo episcopal completo, junto a un pequeño grupo de sacerdotes de la diócesis de Ourense y del presbiterio compostelano, compañeros del fallecido Mons. José Diéguez.

En la diócesis de Tui-Vigo, se celebrarán dos funerales por su eterno descanso: el miércoles 27 de julio, a las 17 horas, en la catedral de Tui; y, al día siguiente, jueves 28, a las 18 horas en la concatedral-basílica de Vigo. Mons. Luis Quinteiro, actual obispo de esta porción de la Iglesia, invita a toda la comunidad diocesana a participar en alguno de estos dos funerales.

A continuación, reproducimos la homilía completa del arzobispo de Santiago durante la celebración de la eucaristía y la carta recibida de la nunciatura española con motivo del fallecimiento de Mons. Diéguez.

Texto completo de Mons. Julián Barrio durante la misa exequial Mons. José Diéguez

“Agradó a Dios y Dios lo amó”.  Esta tarde al presidir la Eucaristía comparto con todos vosotros los sentimientos por la muerte de nuestro querido hermano Mons. Diéguez.  Con la confianza en Cristo nuestro Salvador, celebramos cristianamente la muerte, proclamando que nos fiamos de Dios al saber que no nos abandona más allá de la muerte y que creemos en la vida eterna. Dios está comprometido con lo que ha creado y amado y no renuncia a nosotros al otro lado de la muerte donde Cristo resucitado nos espera intercediendo por nosotros ante Dios Padre. Vivir con Cristo en esta vida es ir afirmando algo que nos permitirá sobrevivir al miedo de enfrentarnos cara a cara con la verdad, presentándonos ante Dios “donde descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos”.

“Creo en la vida eterna”. Esta vida perdurable conlleva nuestra unión con Dios en la compañía de los bienaventurados, ya que Dios mismo en persona es el premio de todas nuestras fatigas y deseos, es nuestro escudo y nuestra paga abundante. Nuestra responsabilidad se manifiesta en la fina delicadeza interior para no poner nunca estorbo personal consciente a la acción amorosa de Dios en nosotros.

La muerte se desliza como una fina sombra sobre nuestra vida terrena hasta obscurecerla. El Señor llamó ya a nuestro hermano a participar en la otra vida “donde veremos a Dios tal como es, estaremos siempre con él y le veremos cara a cara”. El tiempo de la prueba en nuestro hermano dio paso a la eternidad de la recompensa. En esta perspectiva consideramos que la muerte, centinela que vigila constantemente el misterio, es siempre un sobresalto pero no una caída en el vacío pues la voluntad del que envió a Jesús es que no pierda nada de lo que le dio, sino que lo resucite en el último día. La muerte para quien ha hecho la voluntad de Dios se vuelve puerta de vida, realidad de salvación, paso pascual de la primera a la segunda vida, inmersión bautismal en la muerte de Cristo para lanzarse en la fe hacia lo definitivo. Sólo la muerte y la glorificación de Cristo son la luz que ilumina este tránsito. “La misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien se renuevan cada mañana. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan”.

Esta tarde nos unimos en oración por Mons. Diéguez, para encomendarle a la bondad misericordiosa de Dios y a la vez honrar su memoria en la memoria de Cristo muerto y resucitado por la salvación de todos. Don José nos quería y sabía que le queríamos. Con humildad y sencillez supo poner sus grandes talentos al servicio de la Iglesia y de la transmisión de la fe, manifestando en todo momento su caridad pastoral con la cercanía fraterna de quien lo da todo aparentando no dar nada, siendo testigo del mensaje de Jesús. Esta experiencia también la habéis vivido, queridas Religiosas y queridos residentes. Discreto, prudente y hombre de Dios, vivió siempre con un alma joven porque tuvo a Cristo como ideal y se dio a él totalmente. Sabía que “en la vida y en la muerte somos del Señor pues para eso murió y resucitó Cristo, para ejercitar su poder sobre los que viven y sobre los que mueren”. Se mantuvo firme, como yunque golpeado, amando profundamente a Cristo y a la Iglesia, soportándolo todo por amor a los elegidos, y “peregrinando entre los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo”. Siempre pronto a toda obra buena, tuvo presente lo que le decía San Ignacio de Antioquia a San Policarpo: “Soporta a todos como el Señor te soporta a ti”.

Inmerso nas necesidades e inquietudes dos seus diocesanos manifestou un corazón de bo pastor. A súa sensibilidade humana e a súa caridade pastoral axudáronlle a comprender e acoller os rogos, a intuír as preguntas non expresadas, a compartir as esperanzas e as expectativas, as alegrías e os traballos de cada día, a ser capaz de dialogar con todos, facendo propia a experiencia da dor dos demais nas súas múltiples manifestacións, dende a indixencia á enfermidade, dende a marxinación á ignorancia, dende as pobrezas materiais ás morais. Foi un home de afectos silenciosos. Nada humano lle era alleo, como así o demostrou no seu ministerio sacerdotal na diocese de Santiago e no ministerio episcopal realizado na Igrexa de Osma-Soria, Ourense e Tui-Vigo. Expropiouse de se mesmo para pregoar a verdade na liberdade, e avivar a capacidade de presentar vivo e actual o Evanxeo na misión encomendada «porque é dándose como se recibe, é esquecéndose de se mesmo como un se encontra a se mesmo, é perdoando como se é perdoado, é morrendo como se resucita á vida eterna».

Nesta súa última e definitiva noite, déixanos o recordo da súa bondade e da súa dedicación xenerosa ao ministerio que o Señor lle confiou, vivindo a conciencia serena e a confianza esperanzada de dicir o seu si obediente á chamada definitiva de Deus que ten sempre a última palabra e é sempre palabra da vida. Soamente esta esperanza nos consola na morte dunha persoa querida e dá sentido á súa vida e á súa morte, aos seus proxectos e ás súas realizacións ata o último momento. As palabras de Xesús: “Achegádevos a min todos os que estades cansos e oprimidos, que eu vos aliviarei” lévannos a mirar ao ceo.

Convosco dou grazas a Deus. Del vénnos todo don: tamén nos veu o don deste bispo, que viviu con solicitude pastoral os gozos e as inquietudes da Igrexa. Pedimos que a graza que Deus transmitiu polo seu ministerio sacerdotal e episcopal, sexa plenitude da súa persoa, santificación última e definitivo alivio da súa dor. Moitas grazas a quen o axudastes coa vosa proximidade e afecto, e a todos pola vosa presenza, signo da vosa consideración, cariño e aprecio por Mons. Diéguez e manifestación da vosa comuñón na fe e na esperanza.

Agora entremos no misterio que celebramos: a morte de Cristo entregado polos nosos pecados e resucitado para a nosa xustificación. Confiados no perdón e na xustificación que nos ofrece, coa intercesión da Virxe María, de San Xosé, e do Apóstolo Santiago deixamos o destino do noso querido Don José nas súas divinas mans. O Deus da paz e da esperanza sexa consolo e fortaleza para todos, pois nada poderá arrancarnos do amor de Deus outorgado en Cristo..

La misa exequial de Mons. José Diéguez se celebró en Santiago | © Diocese de Tui-Vigo
« de 16 »

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp