23 de abril de 2024

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San Jorge
23 de abril de 2024

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San Jorge

Pregón de la Semana Santa en Tui

Pregón de la Semana Santa en Tui
Foto: El director del Museo Catedralicio, Santiago Vega, durante la lectura del Pregón en la catedral de Tui.

LA PALABRA SE HIZO IMAGEN,

Y LA IMAGEN SE HIZO PALABRA

Santiago M. Vega López

Director del Museo Catedralicio de Tui

Introducción

Gracias anticipadas por responder a esta llamada con la que damos la bienvenida a la Semana Santa de 2022. Las dos últimas citas han sido especialmente anómalas, vividas con austeridad y muchas incertidumbres, pero han servido también para hacernos pensar, purificar nuestra oración, pasar más tiempo con los de casa y acrecentar nuestro servicio al prójimo con gran generosidad del personal sanitario, del voluntariado y demás colectivos, incluido el eclesial. Todos ellos alimentaron la esperanza de vencer la pandemia y se sacrificaron para proteger la vida de los más vulnerables. Es natural, por ello, alegrarse de estar hoy aquí y valorar, si cabe más, que podamos contemplar misterios tan grandes, con cierta normalidad.

Gracias a nuestro obispo D. Luis Quinteiro por acompañarnos esta tarde y ayudarnos a renovar con piedad el memorial de nuestra fe en cada una de las celebraciones de estos días. A los miembros de este Cabildo, con quienes comparto la tarea de custodiar y realzar este santo lugar. Al alcalde de esta ciudad de Tui, D. Enrique Cabaleiro, a la directora de Turismo de Galicia, a D.ª María Nava Castro y demás autoridades civiles que colaboran a que la Semana Santa sea también, en el ámbito público, una preciosa herencia que hemos de contribuir a preservar entre todos. A la Hermandad del Dulce Nombre de Jesús y Santa Casa de la Misericordia, sin cuyo trabajo y compromiso esta tradición terminaría por desaparecer. A D. Eduardo Cadenas y D.ª María Dolores Balseiro, que han tenido la gentileza de invitarme en nombre de la Asociación Amigos da Catedral de Tui, que tan dignamente representan, y cuyo buen hacer prolongado en el tiempo se ha visto reconocido recientemente con la alta distinción de caballero y dama de la Orden Pontificia de San Gregorio Magno. Gracias, como no, a mi familia y amigos aquí presentes.

Es un honor para mí presentaros la riqueza espiritual de estos días y, aunque no conozco todo lo que desearía la Semana Santa y la historia de Tui, acepto gustoso el reto por el afecto que profeso a esta sede catedralicia a la que acudo ininterrumpidamente cada Misa Crismal desde los 12 años cuando comencé en el Seminario Menor y, en la actualidad, prácticamente todas las semanas. Cada visita sigue siendo una oportunidad para descubrir nuevos hallazgos y escudriñar las entrañas de este cosmos siempre sorprendente cuando uno se acerca a él con la misma actitud de asombro que relata el fotógrafo franco-húngaro Brassäi:

Paseando en Dordogne, en otoño, recogí una hoja de álamo de entre todas las otras que cubrían el suelo y la coloqué sobre un papel blanco. Después, me detuve en un albergue cercano, pedí un bocadillo y el posadero que vino a servirme, al ver la hoja de álamo, exclamó: “¡Qué hermosa! ¿De qué árbol es?”. Era de su álamo, pero él nunca había visto sus hojas; ahora veía una por primera vez [1].

Con esa mirada atenta hemos de atravesar el prodigioso pórtico gótico y admirar no solo la sobriedad arquitectónica de su interior, el esplendor de los órganos, la sillería del coro o el retablo de la expectación, sino también los detalles de cada uno de ellos: el sol y la luna en lo alto del monumento de Semana Santa, los abundantes y variados capiteles, la menorah del claustro, las lágrimas de quienes lloran la muerte de Jesús, la sonrisa del Niño a su abuela Santa Ana, alguno de los más de 400 belenes que se exponen en Navidad, o el grupo de personajes en dos tablas de la sacristía que asisten desde un balcón al espectáculo que para muchos supuso la coronación de espinas y la flagelación de Cristo. Escenas estas que nos ayudan a comprender bien que la Semana Santa no es asomarse al misterio de fe desde la distancia o quedarse en el mero sentimiento, sino personalizar cuanto allí sucede y hacerlo vida.

A diferencia de árabes y judíos nuestro lenguaje ha sido siempre audiovisual, comprendimos enseguida que el arte y la imagen figurativa eran excelentes medios para relacionarnos con la divinidad porque respondían a la misma ley de la Encarnación, según la cual, Dios invisible e inmortal se hizo carne y habitó entre nosotros. Sobre esta piedra angular edificará la Iglesia toda su historia desde el tiempo de las catacumbas hasta nuestros días, si exceptuamos la tentación iconoclasta en la zona oriental (726-843) que perderá fuerza tras el segundo Concilio de Nicea (787) con el argumento ya señalado: [] si el Hijo de Dios ha entrado en el mundo de las realidades visibles [], de forma análoga se puede pensar que una representación del misterio puede ser usada[2]. Es así, como en adelante, se entenderá que el valor de la imagen reside no en sí misma sino en lo que representa y que su estética obedece a un fin más alto que es la piedad: mueve el alma de quien la contempla dirá San Juan Damasceno (675-749).

Recuerdo, en este sentido, una experiencia contradictoria en el museo Frederik Marés de Barcelona hace ya unos cuantos años, seguro que ahora no sería la misma. Aunque pude disfrutar de una interesante colección de obras medievales, no he olvidado tampoco una sensación muy extraña al paso por alguna de sus salas en las que las imágenes de Cristo y de María se repetía en exceso y su presentación recordaba más a un almacén que a un espacio expositivo. Colocadas de ese modo parecían escenificar lo dicho por el salmista en contra de los falsos ídolos: Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen […][3], habían perdido su ánima. Por eso, qué importante es que las imágenes recuperen la finalidad para la que fueron creadas y pisen nuevamente la calle, el lugar que las vio crecer, menguar y reinventarse. Sin esto no se entiende, desde luego, la Semana Santa y sus procesiones, los pasos y sus grupos escultóricos. Una riqueza y evolución la nuestra que el profesor Domingo Lopo analizaba con detalle en su pregón de 2013 y que supone, además del valor religioso y material, un patrimonio cultural inmaterial que salvaguarda elementos tan importantes como la identidad histórica, la diversidad cultural y la creatividad humana[4].

Con el título de este pregón-La palabra se hizo imagen, y la imagen se hizo palabra-quiero destacar lo mucho que le deben las diferentes temáticas representacionales de la Pasión a la Palabra de Dios y a la literatura espiritual. Pero también la capacidad del propio arte para inspirar textos tan evocadores como el sermón del desenclavo o el de las 7 palabras. La alianza entre palabra e imagen será, en cualquier caso, el origen de abundantes emociones, aquí menos exteriorizadas que en otras partes de nuestra variada geografía nacional, que contribuyan a acrecentar la vivencia espiritual de quien escuche y vea.

Palabra e imagen, llamadas siempre a entenderse. Lo que me recuerda una exposición del Reina Sofía, Todo arte es una forma de literatura (2018), en la que el objeto de estudio era la influencia de Pessoa en un considerable número de artistas de su época. ¿Acaso no es lo mismo que sucedió en nuestro ámbito desde el s. XIII con personajes tan influyentes en la literatura espiritual y en las mismas letras como San Francisco de Asís (1182-1226) y su Oficio de la Pasión, Ludolfo de Sajonia (1300-1378) y su Vita Christi, Santa Brígida de Suecia (1303-1381) y sus Revelaciones, Fray Luis de Granada (1504-1588) y su Libro de la oración y meditación, Luis de Palma (1559-1641) y su Historia de la Sagrada Pasión o Lope de Vega (1562-1635) y sus Rimas Sacras, entre otros[5]. Sin ellos, ¿hubieran visto la luz pinturas como las de Mathias Grünewald, esculturas como las de Gregorio Fernández o nuestros Cristos de las Aguas y de la Agonía? Y a la inversa, su contemplación y la de tantas obras de arte, ¿no generaron multitud de textos y predicaciones apasionadas? Lo que parafraseando el título de la exposición nos da pie a decir que Todo arte sacro es una forma de teología, liturgia y pastoral pensada para comunicar mejor nuestras principales verdades de fe, a fin de que lleguen al mayor número posible de personas.  Lo dejaba muy claro San Juan Pablo II en su Carta a los artistas:

Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte […]. Debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios […] acuñar en fórmulas significativas lo que en sí mismo es inefable […][6].                         

Crucemos, pues, el umbral de nuestra Iglesia madre con atención y sensibilidad, dejándonos sorprender por su belleza estética, pero con igual predisposición hacia los misterios que se van a celebrar en la liturgia, pues la belleza, como bien reconoce el diccionario, no sólo es el placer sensorial o intelectual sino también el espiritual. De ahí el inseparable vínculo entre belleza y liturgia al que se refería Benedicto XVI cuando afirmaba:

La belleza de la liturgia […] es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra […]. La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación[7].

Cuidemos, en consecuencia, nuestras celebraciones, como ya se hace, y cuanto forma parte de ellas: sean la música, los diferentes ornamentos, los tiempos, el ritmo, el propio silencio…, pues todas ellas son partes necesarias de un todo cuya armonía no es posible sin la atención particular de cada una en concreto. Si el día de la Misa Crismal se utilizan las ánforas de plata de 1790 para bendecir los santos óleos, en Corpus procesiona la custodia de 1602 y los días de fiesta se emplean cálices como el del obispo Torquemada (1564-1582) o el de los Evangelistas (1597-1600) no es para presumir de ellos o un ejercicio de boato, sino para embellecer la acción litúrgica y darnos cuenta que hay que alzar los dinteles porque va a entrar el rey de la gloria[8]. El mismo que lo hizo subido a un pollino en Jerusalén mientras la multitud lo aclamaba y el mismo que, previo a celebrarse la pasión, acepta que María de Betania le perfume los pies. Aquel que sigue vivo en los pobres y necesitados, pero está igualmente a la derecha del Padre.

Misterios que vamos a celebrar

Hecha la introducción, toca adentrarse en los misterios que vamos a celebrar, empezando por el Domingo de Ramos y la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, lo que me lleva a dos imágenes. Una que no tenemos, pero debiera ser nuestro modus operandi cada vez que atravesáramos el pórtico de la Catedral, sentir la misma alegría de quienes agitaron sus ramos al grito de ¡Hosanna! Es lo que uno se encuentra en el suelo de la Sagrada Familia al acceder por la portada de la pasión. Pero la otra sí, es la arquitectura de la Jerusalén celeste que remata el tímpano de la portada principal y que nos hace mirar hacia arriba, a fin de marcarnos el rumbo e indicarnos la meta a la que estamos llamados todos.

Una entrada en Jerusalén que es júbilo, pero también el inicio de una pasión que se tiñe de rojo en la celebración litúrgica y nos preanuncia, en el evangelio de la Pasión, cuanto va a suceder. Pero antes aún habrá tiempo para la Misa Crismal, para el lavatorio de los pies y para la reserva eucarística que en esta Catedral cobra especial significado en su Monumento de Jueves Santo, arquitectura barroca grandiosa, digna de albergar a quien siendo grande se hizo pequeño y que, cuando todavía no existía luz eléctrica, iluminado con todas las velas previstas para tal fin, además de cautivar al que lo visitara, sería resplandor en medio de la noche; como queriendo poner un poco de sensatez en medio de tanta locura y alumbrar los miedos de todo ser humano que, al igual que Cristo, espera que el cáliz de la amargura sea breve y se vislumbre un poco de luz al final del túnel.

Escena esta, aquí en Tui, singularmente recreada en la Capilla de la Misericordia, al convertirse por unos días en Huerto de los Olivos donde el verde sabiamente dispuesto, coloniza el presbiterio y reordena el espacio. Es el comienzo de lo que Olegario González define como lucha interior [] entre las humanas posibilidades limitadas y las divinas exigencias sin límite, la cual no deja otra elección que el heroísmo de la permanencia fiel que nos dignifica o la cobardía y traición que nos degradan[9]. Aquí todo invita al recogimiento y pone el foco en la expresividad de un rostro que, abandonado a la voluntad del Padre, es consolado por un ángel. En contraste, los apóstoles Pedro, Santiago y Juan que Eduardo Padín pintó en disposición triangular permanecen totalmente ajenos al inicio de la Pasión. Una puesta en escena que recrea la versión de Lucas[10] y ayuda, sin duda, a empatizar con Cristo y sus sentimientos de angustia, a la vez que reconocerse en unos apóstoles totalmente superados por los acontecimientos presentes y los que están por llegar.

Y llega la hora del desgarro físico, no sólo interior, la hora de afrontar el misterio del ser humano y de aceptar su fragilidad con todas las consecuencias y en toda su crudeza, la hora de despojarse de todo rango y de tomar la condición de esclavo[11], la hora de la barbarie que Mel Gibson recreó hasta el detalle, siendo su mejor escena no los desgarramientos de la carne provocados por las cuchillas en las que terminaban los flagelos, sino la escena en que su madre y María Magdalena recogen con lienzos la sangre derramada en el suelo que ha quedado completamente encharcado tras el castigo infligido.

¡Eh ahí, la persona sometida a prueba! La misma que Pierre Gonnord nos muestra en sus retratos de mujeres y hombres que han sufrido el maltrato, la violencia o la propia dureza de la vida, pero cuya mirada retiene aquello que todavía les pertenece y no quieren perder: su dignidad. ¡Eh ahí la belleza del Mesías que asume el dolor humano!, sana nuestras heridas, recompone nuestra figura y arranca nuestro pecado como profetizara el profeta Isaías en el 4º Cántico del Siervo sufriente[12]. ¡Eh ahí la belleza del rostro que demanda compasión, ternura y misericordia! ¡Eh ahí la tarea de todo cristiano!, contemplar al otro como un fin en sí mismo, aunque esté enfermo, viejo o privado de atractivos sensibles, lo que el Papa Francisco denomina experiencia estética del amor [13]. Y, ¡Eh ahí también una de las grandes novedades del cristianismo, considerar redimible todo, incluso la fealdad! Así sucedió en el orden de lo estético, el Cristo triunfante del románico deja paso al Cristo doloroso del gótico que en las diferentes variantes será el que permanezca a lo largo del tiempo y llegue a nosotros. Desde entonces, su representación en la cruz deja de ser un puro concepto y pasa a ofrecernos el drama de un Hombre[14], de modo que la humanidad del dolor será ya, sin negar la divinidad de la gloria, el modelo a seguir.

Luego, ante el Sanedrín y Pilatos, Jesús calla. Es un silencio elocuente que se repite estos días en la visita a los monumentos, en la celebración de los Oficios del Viernes Santo o en procesiones como la del silencio tras el desenclavo. Un silencio que Jesús rompe en la cruz para realizar tres acciones: perdonar, testar y gritar. Primero perdona a los verdugos y al buen ladrón Dimas que, a diferencia de un desafiante Gestas, se gira hacia Cristo y encuentra en Él la redención anhelada. El propio Lope de Vega lo alaba en una de sus Rimas Sacras (n.º 91): Ladrón por lo pasado se dirá / que por subir al cielo no es razón, pues no se roba aquello que se da. Una belleza o fealdad la del rostro que con frecuencia ha servido iconográficamente para diferenciar el bien del mal, la gracia del pecado, el ideal de la realidad. Y puestos a fijarnos en algún detalle más de cómo han sido representados los dos malhechores, descubriremos que la acción redentora de Dios, por muy extraordinaria que sea, respeta siempre la libertad humana de acogerla o, por el contrario, de rechazarla. Así, Dimas muere con la cabeza alzada, mientras que Gestas la inclina en dirección al suelo.

Lo siguiente será testar o, mejor dicho, añadir una cláusula al mandato del amor fraterno encomendado a los apóstoles en la Última Cena. Esa cláusula no es otra que su propia Madre, en adelante nuestra y de la Iglesia, que asociada de modo singular a la obra redentora de su hijo será representada desde el s. XIV en numerosas Piedades, Dolores, Angustias y Lamentaciones[15]. Ninguna obra lo expresa mejor que el Descendimiento de la cruz de Van der Weyden expuesto en el Prado, donde el cuerpo desmayado de María y el cuerpo yacente de su Hijo adoptan la misma posición. Dicha asociación en lo teológico la tenemos también aquí en el grupo escultórico que perteneció al retablo renacentista de la capilla mayor (ca.1520). María, además de inclinarse ante el cuerpo yacente de su Hijo, entrecruza sus brazos y se los lleva al pecho, en señal de ofrenda y aceptación.

Falta gritar, un grito el suyo que condensa la angustia existencial de todo ser humano, tan presente en el arte, como en el caso de la famosa pintura de Munch y sus versiones[16] o el grito profético que Pablo Gargallo plasmó en 1933. Un grito que es desahogo ante la barbarie extrema en forma de invasiones y genocidios, campos de concentración y bombardeos indiscriminados que hicieron del conocido Guernica de Picasso un símbolo de lo que nunca debería suceder en Ucrania, y en tantos otros sitios que no interesan ni lo más mínimo. Un grito que se prolonga en el tiempo para quien quiera escucharlo y al que el Papa Francisco ponía rostro el Viernes Santo de 2016 en la oración del Via Crucis:

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame […] en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita […] en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio[…][17].

En todos ellos, la Cruz no es exaltación del sufrimiento sino llamada a ser Cirineos y apóstoles de la misericordia como hace el Buen Pastor que carga la oveja herida sobre sus hombros. Esta es una de las primeras iconografías cristianas y no la del crucificado, de la que no encontramos ejemplos hasta el s. V y en España hay que esperar al Beato de Gerona del año 975[18]. La Cruz que se abre al infinito y ensancha el corazón de tantos otros colectivos que el Papa sabe igualmente enumerar:

Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso […] en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida […] en los arrepentidos que […] saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino […] en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial […] en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados […][19].

Una cruz, en este sentido, capaz de superar cualquier derrotismo porque no se deja encasillar como muestran los dibujos de Cristino de Vera en los que una taza o calavera nos sitúan en lo terrenal y perecedero, mientras que los brazos de Cristo y su rostro desbordan el papel y se proyectan hacia el infinito.

La Cruz de los otros y nuestra propia Cruz, que no es posible ignorar: El que quiera venir en pos de mí [] que cargue con su cruz y me siga (Mc 8, 34). Pero, ¡qué difícil es aceptar las contrariedades, digerir los fracasos e integrar las desgracias!, ¡qué difícil aceptar en ocasiones que Dios lo permita!, ¡qué inaceptable es ser nuevamente Job! Entonces es cuando nos damos de bruces con nuestra propia fragilidad y experimentamos la desnudez de quedarnos con lo básico y fundamental. Dicho con palabras que Martín Descalzo pone en boca de Jesús: Ser hombre es solamente tener unas pocas certezas, tres o cuatro. O tal vez una sola: la de saberse amado [][20]. El amor como razón última que alcanza su máxima expresión en los brazos abiertos de Cristo y en su perdón incondicional por mucho que nos cansemos de pedírselo, lo ignoremos o nos salga demasiado barato.

Muchos son los rostros de Cristo crucificado que, a lo largo de la historia, en diferentes imágenes han cruzado su mirada con la nuestra. Aquí en Tui, el Cristo gótico de Santo Domingo (s. XIV), hoy día en el Museo Diocesano. También en Santo Domingo, el de las Aguas (1ª mitad del s.XIV), el más expresionista de todos, cuya contemplación incomoda porque muestra el dolor en toda su crudeza y sin edulcorantes. El Cristo articulado de San Francisco (s. XVIII) cuya presencia bien justifica un retablo y seguramente nos traiga a la memoria a D. Ricardo García que cada cuaresma, como buen catequeta, lo señalaba y hacía que fijáramos nuestra mirada en él, al tiempo que motivaba nuestra adhesión interior. Y, como no, el Cristo de la Agonía, ante el que resulta difícil no conmoverse por su realismo anatómico tan propio del s. XVII en el que destacan las huellas de la Pasión, la boca entreabierta y su mirada a punto de apagarse definitivamente. Ante Él parece que todavía escuchemos: todo está cumplido (Jn 19, 30) y se comprende mejor lo que Jesús omite del Sal 21 cuando pronuncia un escueto: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Recordémoslo: 

7 […] Soy […] vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; / 8 al verme, se burlan de mi […]. / 18 Ellos me miran triunfantes, / se reparten mi ropa, / echan a suerte mi túnica […]. / 20 Pero tú, Señor, no te quedes lejos […] / 22 sálvame de las fauces del león […]. / 30 Ante él se postrarán los que duermen en la tierra […] / 31 hablarán del Señor a la generación futura […].

No sólo es profético todo lo que dice sino también un curso acelerado de duelo en el que descubrimos las principales fases que todo ser humano en algún momento ha de afrontar y que el mismo Cristo experimenta: tristeza y abandono, reconocimiento de la realidad adversa, expectativas de que todo pase pronto y, finalmente, aceptación.

Son miradas transformadoras que cambiaron la vida de multitud de personas de todos los tiempos. Entre ellas, San Francisco de Asís, a quien representaron frecuentemente con estigmas y al que Cristo abraza desde la cruz. Amor por el crucificado que sus hijos difundieron igualmente en nuestra ciudad como recuerda el emblema que corona el retablo mayor de San Francisco (1727), en el que se entrelazan los brazos de uno y otro, para recordarnos que el cielo y la tierra no son ya dos realidades inconexas, sino que comparten el mismo destino al que se refiere Mons. Casaldáliga en uno de sus poemas: Donde tú dices paz, / justicia, / amor, / ¡yo digo Dios! / Donde tú dices Dios, / ¡yo digo libertad, / justicia, / amor! [21].

Miradas que acompañan y dan vida a los pasos procesionales, pensados para cautivar a quienes los siguen de cerca en lo que Camón Aznar llamó itinerarios bordeados por la emoción popular [22]. Así sucede el viernes por la mañana en la Procesión de los Pasos, donde se reúnen muchos de los protagonistas que acompañaron a Jesús en su primera pasión: la Virgen, San Juan, Simón de Cirene, la Verónica, los soldados. A todos ellos da voz el padre predicador en el Sermón de las Siete Palabras en que interpela a los oyentes con lo sucedido ayer y hoy: ¿cómo es posible que sólo encuentre desprecio e indiferencia aquel que pasó haciendo el bien y cuyas palabras fueron siempre de aliento?, podría decirnos la afligida Verónica. ¿Por qué cargar con una cruz tan pesada si es de otro?, pensaría Simón de Cirene. Y cuando la Dolorosa de Querol se lleva la corona de espinas al corazón, mientras alza su vista al cielo, es fácil que pronuncie nuevamente el hágase según tu voluntad o el todo está cumplido de su Hijo.

Pocas experiencias más difíciles de aceptar que la separación de la persona amada, y más todavía cuando se trata de un hijo. Ante una pena tan inmensa no hay consuelo y surgen preguntas de inmediato: ¿por qué ha tenido que ser así?, ¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué ahora que lo necesitábamos tanto? Son preguntas muy humanas en las que tanto solo la cercanía de los que nos quieren y la esperanza de volvernos a reencontrar nos ayudará a salir del precipicio. Pero el abismo está ahí, sino fijémonos cómo describe un auto sacramental el terremoto mencionado por el evangelista Mateo[23] cuando expira Cristo:

Entonces escureció / toda la lumbre del mundo; / el sol claro se eclipsó; / toda la tierra tremió / fasta el abismo profundo. / Y todos los elementos / curso natural mudaron; / las estrellas y los vientos / por diversos mudamientos / gran sentimiento mostraron[24].

La misma naturaleza se conmueve, ¿qué no sucedería en las entrañas de quien acogió al autor de la vida? Por eso, una de las escenas más emotivas de La Pasión de Cristo es aquella en la que al caerse el Nazareno cruza la mirada con su madre y un flash-back nos traslada al momento en que siendo niño es consolado por ella tras tropezar y hacerse daño.

María que, tras el desenclavo en Santo Domingo, presidirá el Santo Entierro y verá como sus hijos tudenses la acompañan en el trayecto procesional, porque nada hay más triste que una despedida sin el consuelo de los familiares, los amigos y los vecinos. Luego, el sábado a primera hora, cumplidas ya las profecías de Simeón, en la intimidad de un grupo de mujeres, la Soledad hará suyas las angustias y miedos de quienes acuden a ella buscando un poco de vida, dulzura y esperanza.

Enterrado el grano de trigo queda esperar que se cumpla la promesa de quien venció en todas las batallas y dejar que suene el final sosegado de la Pasión según San Mateo de Bach en el que los violines e instrumentos de viento acompañan las voces de quienes repiten una y otra vez de modo intercalado: descansa, descansa dulcemente. Pero la tentación nihilista, del todo se acabó y nada hay ya que hacer, está siempre al acecho y surgirá con fuerza en quienes su fe todavía no es pascual. Si el converso Paulo afirma sin titubeos, ¡sé de quien me he fiado! (2 Tim 1,12), es porque ha experimentado el paso de Dios por su vida, no sin pocas tribulaciones[25]

Toca también, en contra de lo que hoy se lleva, valorar más los fundamentos que la apariencia, lo ético que lo estético, y mirarse en el espejo, pero no a lo Dorian Gray sino a lo Santa Clara de Asís, San Pelayo o nuestro querido San Telmo, quienes descubrieron en Cristo la deseada felicidad que le resultó tan esquiva al personaje de O. Wilde. Recordemos que Dorian Gray acuchilla su retrato y logra así romper el maleficio, pero la mentira y el crimen le han ganado ya la partida:

Cuando entraron, descubrieron colgado de la pared un espléndido retrato de su amo tal como le habían visto la última vez, en todo el esplendor de su exquisita juventud y belleza. Tendido en el suelo había un hombre muerto, en traje de etiqueta, con un cuchillo clavado en el corazón. Estaba ajado, lleno de arrugas y su rostro era repugnante. Sólo después de examinar sus anillos reconocieron quién era[26].

Por eso, no despreciemos nunca nuestras acciones por pequeñas que sean, pues su valor puede llegar a ser incalculable. Lo vemos en una de las escenas finales de La lista de Schindler. Los judíos a quienes el empresario alemán había salvado en sus fábricas le regalan un anillo con una frase del Talmud que lo resume todo: Quien salva una vida salva al mundo entero (Mishná 4:5). Y es que la vida justa de unos pocos, su oración y sacrificio, como se nos recuerda en el Antiguo Testamento con la figura del resto de Israel, sigue siendo la viga maestra que impide que el edificio se venga abajo.  

Renovemos, pues, nuestras vidas con la alegría Pascual, conscientes de que lo mejor está siempre por llegar y que por nosotros aguarda un mañana del que desconocemos los detalles. Así sucede en el cuadro de José María Larrondo titulado La casa de mi Padre (2001) en donde no vemos gran cosa de qué habrá al otro lado, tan sólo un lienzo del revés con el centro del bastidor en forma de cruz latina y su clarificador título. No es mucho, pero suficiente, porque no vemos lo que nos espera, pero sí creemos lo que ya ha sido revelado: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1 Co 2, 9).  

Festejemos, en fin, que nuestra Catedral sigue viva en las afluencias multitudinarias de las grandes solemnidades y en la participación minoritaria de la Misa diaria. En los miles de turistas y peregrinos procedentes de más de cuarenta países durante los animados meses de julio y agosto o los cientos que acuden igualmente en los invernales enero y febrero. Participemos en cada convocatoria grande o pequeña que haga de este lugar un templo de piedras vivas que dé a conocer su rico patrimonio material e inmaterial. Alegrémonos porque aquí ha comenzado ya el Plan de Catedrais 2021-2027 de la Xunta de Galicia, y preparemos también con decisión y entusiasmo el 800 aniversario de su consagración. Caminemos, en definitiva, unidas todas las instituciones para que el Conjunto Catedralicio, su Museo y Archivo puedan prestar un mejor servicio a la sociedad y este lugar sea más plenamente lo que por historia ya es, un referente cultural y espiritual en ambas orillas.

Invitación final

Me queda tan sólo deciros y decirme.

Participemos en las diferentes celebraciones litúrgico-religiosas de modo que pongamos en lo que celebramos todo nuestro ser, porque un corazón, hermanos, que no se conmueve en estos días santos es un corazón de piedra que ha dejado ya de latir.

Aprendamos de Cristo que nace pobre, es refugiado en Egipto, escoge el anonimato de Nazaret, renuncia a un techo y concibe su vida pública como un servicio, lava los pies a los apóstoles, acepta morir como un malhechor y, finalmente, se deja confinar en el pan eucarístico. Que la humildad predicada y vivida por Él nos inspire y motive, pues sólo en terreno tan fértil florecen las demás virtudes.

Valoremos el arte y la liturgia como algo necesario en nuestras vidas, pues no sólo de pan vive el ser humano, también de la belleza que es alimento del alma y antesala confortable de la eternidad.

Seamos cirineos que no rehúyen al Varón de Dolores sino que limpian su rostro y lo acompañan al Calvario en los hermanos que sufren de cualquier modo. Esa será nuestra mejor ganancia y la mejor respuesta a nuestra condición de hijos de Dios.

Transmitamos nuestra Semana Santa a las siguientes generaciones en su variada riqueza espiritual y artística, siendo conscientes que nuestra participación y puesta a punto, cada uno desde su responsabilidad, nos hará bien no sólo a nosotros sino a cuantos participen en ella.

Demos el verdadero sentido a la tradición, que es hacer memoria del pasado y profundizar en su porqué, sin miedo a aquellos cambios que ayuden a ser del todo fieles a lo transmitido y heredado.

Aprovechemos estos días para comprender mejor el imprescindible y necesario vocabulario de la caridad, la justicia, el servicio, el perdón, la misericordia, el sacrificio, la alegría y tantas otras que conforman la identidad cristiana sabiendo que, por el mero hecho de pronunciarlas, no se van a realizar ex opere operato.

Contemplemos la Semana Santa como las partes de un todo cuyo objetivo no es otro que mostrar el verdadero rostro de Cristo, libre de amputaciones. Nunca entendí, y sigo sin hacerlo, cómo se puede celebrar el domingo de Pascua sin haber pasado previamente por el Jueves y el Viernes Santo.

Demos su tiempo y espacio a cada acontecimiento, primero sea la escucha, el recogimiento y la meditación de la pasión y muerte de NSJC, y luego la explosión festiva de la Vigilia Pascual y de las fiestas patronales en honor de San Telmo.

Subamos hermanos a Tui y a su Catedral como Moisés al Monte Sinaí, del que bajó con el rostro resplandeciente porque había visto a Dios. Como Pedro, Santiago y Juan al Monte Tabor, donde experimentaron tal paz que no querían abandonar aquel lugar. Como la muchedumbre al Monte de las Bienaventuranzas, donde se les abrió un nuevo horizonte de vida. Como Jesús lo hizo al Monte Calvario, dispuestos a la ofrenda diaria y con paso decidido hacia la eternidad

Y cómo no, dejemos que el Espíritu Santo nos rejuvenezca, sane nuestras heridas y disipe nuestras tinieblas, para que se cumpla en nosotros aquello que pedimos con fe: Oh luz más bendecida, llena el corazón más íntimo de todos los fieles / Sin tu gracia no queda nada en nosotros, nada que no sea doloroso [27].


[1]  P. Bourdieu, Un arte medio. Barcelona, 2003, p.264.

[2]  Juan Pablo II, Carta a los artistas, n.º 7, 1999.

[3]  Sal 113B, 5.

[4]  Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, art. 2,1. París, 2003.

[5]  J.M.ª Martínez Frías, “La Pasión de Cristo en el arte” en Passio. Las Edades del Hombre, 2011,

   pp.71ss. 440 ss.

[6]  Carta a los artistas, n.º 12.

[7]  Sacramentum Caritatis, n.º 35.

[8]  Cf. Sal 24, 7.9.

[9]   O. González de Cardedal, “Pasión del hombre – Pasión de Dios” en Passio. Las Edades del Hombre

    2011, p. 32.

[10]  Es el único de los sinópticos que hace referencia a la presencia del ángel (Lc 22, 39-46). Los otros

    dos, Mt 26, 36-46 y Mc 14, 32-42 ponen el acento en la soledad de Cristo que por tres veces acude

    a los apóstoles y las tres veces los encuentra dormidos.

[11]  Cf. Flp 2,6.

[12]  Cf. Is 52,13-53.

[13]  Amoris Laetitia, n.º 128.

[14]  J.M.ª Martínez Frías, op. cit., pp. 70.74-75.

[15]  Ibíd., pp. 78-79.

[16]  La más conocida es de 1893.

[17]  Papa Francisco, Oración en el Via Crucis del Coliseo, 30 de marzo de 2016.

[18]  J. M.ª Martínez Frías, op. cit., p. 59-61.

[19]  Papa Francisco, op. cit.

[20]  J.L. Martín Descalzo, Diálogos de Pasión. Ediciones Sígueme, 2006, p.19.

[21]  Pedro Casaldáliga, Fuego y ceniza al viento. Antología espiritual. Editorial Sal Terrae, 1984, p. 71.

[22]  J. M.ª Martínez Frías, op. cit., p. 81.

[23]  Cf. Mt 27, 50-54.

[24]  Texto de La Passión Trobada de Diego de San Pedro (1485), incorporado por Ana Zamora a la

     representación del  Auto de Pasión segoviano: Misterio del Cristo de los Gascones. Compañía Nao

     d´amores, en el centenario de la Procesión de los Pasos, 2007.

[25]  Cf. 2 Co 11,16-12,10.

[26]  O. Wilde, El retrato de Dorian Gray. Madrid, 2008 (8ª ed.), p. 283.

[27] Howard Helvey, del himno Veni Creator Spiritus (s. X) y de la secuencia Veni Sancte Spiritus.

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