Don Alberto Montes es sacerdote desde hace XX. Ha sido delegado de Pastoral Juvenil y subdelegado de Medios de Comunicación Social. Ahora se enfrenta a su cuarto curso en el Seminario Menor como formador y administrador.
Esta segunda faceta es la que le genera más rompederos de cabeza pues tiene que ocuparse de la conservación del edificio, asegurarse de que los profesores tengan lo necesario para impartir las clases y, por supuesto, garantizar el cumplimiento del protocolo de la Xunta frente al COVID-19. Según don Alberto, van adaptándose poquito a poco, creando una «armoniosa síntesis entre el edificio centenario y las necesidades millenials que exigen los chavales y las familias».
Cuando se le pregunta por la llegada del nuevo rector, responde ilusionado. Y, a pesar de lo que cabría esperar, hablar de la situación del COVID-19 es sinónimo de unidad.
¿Qué significa para ti ser formador?
Siento una inmensa fortuna al poder acompañar a los chavales que los padres nos confían para ayudarles a descubrir su vocación. La característica principal del Seminario es la vocación, por supuesto al sacerdocio, pero la vocación en un sentido más amplio.
¿De qué manera concreta un formador puede ayudar a un seminarista a descubrir su vocación?
Primero escuchándoles mucho, dedicándole mucho tiempo. Después, formándolos, haciéndoles ver lo que está bien de lo que está mal; teniendo mucha comprensión con ellos, pero también siendo muy exigente en la medida de sus capacidades para que ellos vayan descubriendo por qué es bueno lo que les dices. Y el hilo conductor de todo ello es la oración.
¿Qué es lo mejor de ser formador?
La capacidad de renovarse todos los días. Nunca pierdes la capacidad de asombro, algo que ha perdido la sociedad en la que vivimos. Con los jóvenes nunca perdemos esa capacidad, porque te exigen sacar lo mejor de ti y reciclarte constantemente.
¿Cuál es la mayor dificultad?
El pecado de prontitud. El querer ver cambios inmediatos en los jóvenes, cuando una vocación lo que exige es tiempo y mimo. Además, la vocación es algo entre el chaval y Dios; nunca del formador.
¿Por qué es tan importante ese acompañamiento? ¿Cómo se realiza?
Primero de todo, el verbo «estar», que es lo que Sr. Obispo nos ha pedido. «Estar» es tan importante porque en nuestra sociedad vivimos muchas veces aislados sin un referente y ese «estar» con los jóvenes significa que tienen un referente, que saben a quién acudir con confianza para disipar las dudas que tengan.
¿Cómo consigue el formador alcanzar esa relación de confianza?
Con el tiempo. Explicando, cuando los corriges, el porqué de esa corrección. También haciéndote uno de ellos y, a veces, eso significa transigir algo que no permitirías en otras circunstancias.
Dedicándoles mucho tiempo en lo académico. Pero, para que ellos tengan confianza, también tienes que saber qué es lo que les gusta y lo que les disgusta, así se sienten como en su casa. El sentido de familia va a permitir que el seminarista tenga confianza hacia los formadores.
También es importante la coherencia como formador, porque les va a generar esa confianza. Si te equivocas, debes tener la confianza de pedirles perdón.
¿Cómo habéis conseguido mantener todo este trabajo de acompañamiento y de confianza durante el confinamiento?
Con una grandísima implicación por parte del profesorado. Nosotros los formadores, no teníamos el contacto físico con los alumnos. Damos muy pocas clases, pero sí que el equipo del claustro de profesores se ha volcado con tutorías casi personalizadas.
A nivel de formadores de Seminario, hacíamos un Zoom con todos los seminaristas para contar las anécdotas, las dificultades e incluso para rezar el rosario. Pero sobre todo para saber cómo estaba cada chaval, o el gato que sabemos que tiene a punto de tener gatitos. También logramos que continuaran en contacto haciendo juegos y actividades académicas colaborativas para que el confinamiento no provocara el aislamiento en su casa o con su familia
Uno de los pilares del Seminario es la familia, por eso el equipo de formadores ha tratado de solventar cualquier problema o dificultad que han sufrido los padres. Muchas veces, era el tema logístico y, desde el seminario, se les brindó esa facilidad para solventar lo académico.
Para que ellos tengan confianza, también tienes que saber qué es lo que les gusta y lo que les disgusta, así se sienten como en su casa
¿Ese acompañamiento virtual es de menor calidad o, simplemente, diferente?
Diferente. Primero, no estábamos habituados y eso ponía una barrera o provocaba la perdida de la familiaridad de la relación física. Ha sido un buen remedio, pero no la solución.
Si ahora hubiese otro confinamiento, ¿crees que estáis más preparados?
Sí. Tecnológicamente, nos hemos equipado mejor, a través de una plataforma académica que nos ofrece una potencialidad mayor.
Después, ya sabemos los momentos o los ritmos para atender las necesidades que pueda tener un alumno al estar confinado. Incluso las necesidades de las familias. Nosotros tenemos la experiencia para saber en qué momento llamar y qué les preocupa. Antes pasábamos de cero a cien. No teníamos ni las herramientas, ni la experiencia, y ahora sí.
¿Podrías contarnos una anécdota divertida?
Antes del confinamiento, tuvimos un torneo de FIFA con los chavales. Hicimos las parejas aleatorias; llegué a la final con mi pareja y ganamos. Yo no soy muy bueno, pero ganamos porque el cuadro que me tocó era fácil y mi pareja era muy, muy buena. Durante esa semana fui el «King» del Seminario. Yo no es que le dé mucho al FIFA, pero claro el otro era una máquina y yo trataba de estorbar lo menos posible.