26 de abril de 2024

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San Isidoro
26 de abril de 2024

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San Isidoro

Homilía con motivo del funeral de Mons. Diéguez en la catedral de Tui

Homilía con motivo del funeral de Mons. Diéguez en la catedral de Tui

Queridos hermanos y hermanas: Sr. arzobispo y obispos, familia, sacerdotes y seminaristas, religiosos y religiosas, miembros de asociaciones apostólicas, fieles todos.

Nos encontramos reunidos en nuestra Catedral para recordar ante el Señor a D. José Diéguez Reboredo, que acaba de partir a la casa del Padre y que fue obispo y pastor de esta diócesis de Tui-Vigo durante años muy importantes de nuestra reciente historia. Agradecemos a su familia, al Sr. arzobispo y a los Sres. obispos, a los sacerdotes y religiosos y a todos los que habéis querido compartir con nosotros este momento vuestra presencia y vuestra oración.

La Palabra de Dios que ha sido proclamada ilumina nuestra celebración y nos ayuda a adentrarnos en la comprensión del singular esfuerzo apostólico que presidió el ministerio episcopal de D. José. Es la Palabra de Dios la que nos impulsa en la misión y ella es también la que nos ayuda a discernir las claves de la misión realizada.

El evangelio de San Lucas nos presenta la vida de Jesús como una subida a Jerusalén. Los caminos de Palestina van marcando los lugares de la revelación del Señor, de sus encuentros con las personas y en esos caminos es donde las personas que se encuentran con Jesús han de tomar decisiones que comprometerán su vida para siempre. Decisiones tomadas en un lugar y en un tiempo ante quien define la historia y la vida. Así aconteció la profesión de Pedro en Cesarea de Filipo.

Los salmos, como nos dice san Ambrosio, poseen una especial dulzura para expresar aquello que está impregnado de la gracia divina. Y nada produce más consuelo que sentirse acogido paternalmente por Dios, como lo expresa el salmo 23, del Buen pastor. Ser en nombre de Dios buen pastor es la vocación más sublime a la que alguien puede ser llamado.

La experiencia profética de Elías expresa hasta qué punto el ser humano puede sentir la soledad en los caminos de la fe y de la misión, así como la fuerza inagotable que el enviado siente cuando supera los miedos y se deja penetrar por la suave brisa de la presencia divina. En su huida de la muerte, Elías solo halla la paz nunca encontrada en la espesura de la montaña divina.

D. José fue un gran pastor que tuvo que tomar decisiones concretas y arriesgadas como Pedro y que como Elías sintió la soledad y también el Señor le concedió el gozo de la suave cercanía de su presencia.

De D. José recuerdo muchas cosas, pues ambos formamos parte del mismo presbiterio. Nunca pasaba desapercibido, aunque siempre lo intentaba. De todos mis recuerdos hay uno que siempre se destacó sobre todos los demás y pone de relieve una dimensión esencial de su personalidad: su puntual cercanía a las personas y a las cosas.

D. José fue profesor de matemáticas durante años. Sería también delegado del Sr. arzobispo para los sacerdotes secularizados y para los que estaban viviendo ese difícil proceso y luego nombrado provicario general, antes ser nombrado obispo. Daba clase a todos los alumnos de bachillerato del Seminario Menor de Santiago y tenía muchas clases a lo largo de cada jornada. En mis años de formador de esos alumnos a los que él daba clases, no recuerdo un día en que llegase tarde a clase. No solo no llegaba tarde, sino que antes de tocar el timbre ya estaba él, en la puerta, esperando. Y así un día después de otro, semana tras semana, años.

Recuerdo esta dimensión de su personalidad porque me parece importante para valorar la aportación eclesial y pastoral del ministerio episcopal de D. José en la diócesis de Ourense, primero, y después en ésta de Tui-Vigo.

Después de una radical experiencia vital de principio y fundamento en la diócesis de Osma-Soria, llegó de nuevo D. José a Galicia como obispo de Ourense en el año 1987. En esta diócesis había sido gran pastor durante muchos años D. Ángel Temiño Saiz desde los años anteriores al Concilio Vaticano II. La huella que dejaba D. Ángel en Ourense era muy profunda, pues había cuidado con esmero y conservado la fe de una Iglesia con profundísimas raíces cristianas y había amado con pasión a sus sacerdotes, religiosos y laicos. Pero los años del postconcilio habían dejado heridas profundas, sobre todo en los sacerdotes secularizados y en algunos miembros del presbiterio. Como nuevo obispo D. José dedicará sus mejores esfuerzos a acercarse a las personas y a las distintas realidades pastorales. Se acercará a todos, escuchará siempre, observará atentamente y sin curiosidad y poco a poco irán consolidándose en él convicciones pastorales que, de una manera u otra, casi todos hemos conocido. Es así como él toma la decisión de que todos sean escuchados, de promover un diálogo eclesial enriquecedor y que supere las diferencias y la confrontación. No será un camino fácil, pero él comprende que hay que escuchar y conocer, que no hay que encerrarse en la lógica de los conceptos. Él será en Ourense, y también aquí, un obispo siempre en camino y accesible, cercano a las personas y a las realidades, con información de testigo directo. Y así irá naciendo poco a poco un modo nuevo de programación pastoral que con el tiempo alcanzará diferentes matices.

La experiencia episcopal de D. José en Ourense ha marcado mucho su modo de entender la vida de la Iglesia. Cuando llegó como obispo a Tui-Vigo en año 1996 encontró una realidad nueva y muy distinta, pero en el fondo marcada por las mismas raíces cristianas multiseculares. Y fue aquí, en esta diócesis, donde pudo continuar todo aquello que había comenzado a soñar en Ourense: suscitar una Iglesia renovada con alma de Pueblo de Dios, una Iglesia curtida en la contemplación del rostro de Cristo y llena de testigos del amor, una Iglesia sin complejos y que sirve a los más necesitados, una Iglesia bien administrada y ejemplar en la sociedad. Y él sabía que esa Iglesia solo era posible desde una conversión espiritual profunda y desde un diálogo sincero y fraterno. Con esas certezas puso en marcha en Tui-Vigo el sínodo diocesano al que tantas fuerzas e ilusiones entregó.

El sínodo diocesano de Tui-Vigo no tuvo nada de improvisación. D. José nunca improvisó y menos en cuestiones centrales de la vida de la Iglesia particular. Ya en Ourense había pensado en la posibilidad de emprender el camino sinodal. Era algo largamente madurado en su mente y en su oración. A él le preocupaba mucho la preparación del futuro, pensaba en ese futuro y tenía la firme convicción de que nuestras diócesis necesitaban una profunda renovación espiritual y pastoral. Él había sido profesor de Lógica Matemática en el Seminario Mayor de Santiago y sabía, por formación, que la lógica de la identidad necesita ser complementada con la lógica de la diversidad y por ello nuestra pastoral debía incorporar la dimensión cambiante de nuestra vida y la riqueza de la diversidad en un proceso de maduración que la Iglesia particular debía hacer suyo, siguiendo las pautas y el magisterio del Concilio Vaticano II para toda la Iglesia. El sínodo diocesano, pues, anhelaba discernir el camino que la Iglesia debe recorrer aquí, en estos caminos y con estos miedos.

La pregunta decisiva que el Señor le hizo a Pedro también nos la hace hoy a cado uno de nosotros, pero no en Cesarea de Filipo, sino en cada uno de nuestros caminos, que es preciso discernir si llevan a Jerusalén o si, huyendo de la cruz, nos extravían en nuestros egoísmos. También los miedos de Elías afligen a tantos hoy y es preciso tener el coraje de superarlos acogiendo el regalo del encuentro con Dios que solo acontece cuando se ha luchado el combate de la fe.

En los años finales del siglo XX la Iglesia había ido centrando el núcleo del magisterio del Concilio Vaticano II en la comunión eclesial y fue el Papa San Juan Pablo II quien en su carta apostólica Novo Millennio Ineunte marcó como gran desafío pastoral de los nuevos tiempos el hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión, promoviendo una espiritualidad de comunión y creando pedagogías y espacios para la comunión. Esto supone, nos decía S. Juan Pablo II, “renovar a fondo nuestras estructuras hasta hacerlas instrumentos de la comunión y hacer patente la comunión en las relaciones entre obispos, presbíteros y diáconos, entre Pastores y todo el Pueblo de Dios, entre clero y religiosos, entre asociaciones y movimientos eclesiales”. Esta carta apostólica, con su urgente llamada a la renovación de Iglesia y a hacer de ella la casa y la escuela de la comunión, son el referente determinante del documento de la convocatoria de sínodo de Tui-Vigo en el año 2002.

Esta llamada a la comunión eclesial llegó al corazón de D. José con profunda predisposición vital para recibirla; a él que tanto sabía de barreras artificiales en el seno de la Iglesia.  Luchó hasta desfallecer por la comunión eclesial. Hacerla realidad fue el gran empeño de su ministerio episcopal en nuestra diócesis de Tui-Vigo, convirtiéndose en un modelo de obispo austero, servidor y diligente que el papa Francisco pide para la Iglesia en estos nuevos tiempos.

D. José es y será siempre un Pastor muy amado y recordado allí por donde pasó. Terminó sus días en la diócesis que le vio nacer y que le ha acogido y cuidado como le decía él a las hermanitas de los Ancianos Desamparados que le atendían: “Solo el Papa puede ser mejor cuidado”.

Cuando volvía a casa la tarde de su entierro en San Miguel de Enquerentes, llamé a la madre superiora de la casa de ancianos de San Marcos para agradecerle la despedida llena de cariño a D. José y por todo lo que habían hecho por él en estos últimos años. Ella me respondió: “Hemos despedido a un santo, lo hemos conocido a fondo en estos años y Uds. deben conservar esa memoria”.

Hoy lo encomendamos a la misericordia del Padre, lo ponemos en el regazo de Nuestra Señora de la Asunción, nuestra patrona, y nos disponemos a no olvidar la memoria de quien tanto nos dio y nos iluminó. Amen.

+ Luis Quinteiro Fiuza,

obispo de Tui-Vigo